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Bide barrijak / Lauaxeta / Verdes Atxirika, 1931
Bibliografia J. M. de Estefania / Razón y Fe, 1932-06
Dos acontecimientos literarios logran especial resonancia en la pequeña república de las letras de la lengua vasca, el año 1931: el primero lo constituye la publicación de Itun Berria (el Nuevo Testamento), del P.R. de Olabide S.J., libro que hace época, pues a juicio de juez muy competente, “sin esfuerzo”, y entre las versiones que conoce a otras lenguas, “ninguna tan fiel, tan ceñida, tan exacta, de tanta fuerza como esta”; el segundo, con no ser de tanta monta, con reducirse a la aparición de un volumen de versos —Bide Barrijak— que no rebasan en el original las setenta y dos páginas, ha levantado mucho más ruido y hasta ha enzarzado en disputas un si no es en acaloradas a varios notables escritores. La Gramática, o algo parecido a la Gramática, se puso de ceño contra el nuevo poeta, y con ocasión de él, contra algún otro de los más egregos entre los euskeldunes, descubriendo en sus nuevos procedimientos un germen temible, una malvadada levadura muy capaz de corromper el castizo vascuence. Aunque “Lauaxeta” haya dado más ocasión a este reproche que su amigo, el admirable y personalísimo J.M. de Agirre (“Lizardi tar Xabier”), los que se lo hacen, se olvidan, tal vez, de lo que afirmaba Escalante —el cual fué siempre clásico refinadísimo y nunca un insurrecto literario—, de que lo mejor de la poesía, sus toques más felices, consisten no pocas veces en puras infracciones de la sintaxis. Pero en este punto defendió cumplidamente a “Lauaxeta” el ilustre y simpático publicista D. Bonifacio de Etchegaray (sic).
Al final de nuestro libro hay una advertencia del autor que a primera vista parece contradecir a su título, Nuevos rumbos. Pero no es así. En aquella corresponde a éste, y le explican las siguientes palabras: “Lo único que he pretendido es demostrar que en euzkera se pueden cristalizar algunas ideas. Diversos pensamientos que he leído aquí y allí, han brotado de mi corazón traducidos al euzkera”. Esta es la novedad capital de estos versos: trascienden y naturalizan en el vascuence una cultura y una corriente poétca nueva o casi del todo nueva. Y digo casi, porque no debemos olvidar que algo de ella nos trajo ya antes el ingeniero y poeta D. José de Arregi con sus traducciones de Heine, que si, en alguna que otra, y en la presentación del libro, denunciaban cierto olvido del criterio todavía, y para su bien, dominante en el lector euskeldun, en general, como obra de arte, merecían el honor y el aplauso de los más exigentes.
Pero esta novedad que entraña Bide Barrijak no es su mayor mérito. Hiere ante todo en sus versos el seguro instinto poético de que nacen; pues revelan en su autor verdadera sensibilidad artística y verdadero y depurado buen gusto. Tanto los temas como su ejecución, en su desarrollo y en sus detalles, son genuína poesía; hay en todo ello impresionabilidad y visión de poeta, aunque de un lirismo algo elegíaco y preciosista. Sus creaciones agradan como las buenas en sus mismos géneros en otras literaturas; pero nos deleitan, acaso, más que agitándonos las intimidades del sentimiento, cautivándonos la imaginación, y por ella y en ella principalísimamente. Fenómeno curioso, porque el fuerte de Urkiaga es, sobre todo, la fácil y aun explosiva impresionabilidad del sentimiento, aunque con frecuencia, aliada con la predilección por los asuntos y los rasgos propios del miniaturista y de orfebre. Tal vez por eso abundan en la coleccion los “Lieder” a lo Heine, aunque generalmente, algo más aliviados de amargura y también más llenos de resignación que de pesimismo. Esta debe ser asimismo la causa de que sus poesías breves resulten casi siempre, para mi gusto, preferibles a sus poesías largas; confieso, sin embrago, que es una de estas últimas, “Artxanda ganian” (“Sobre el Artxanda”), la mejor de todas o, al menos, la que más me satisface. Y también —aun respetando el juicio de otros— que el texto original me impresiona y habla en todo caso con más eficacia que la versión paralela del propio autor; se caracteriza aquél por cierta sobriedad muy sabrosa y muy de la índole del vascuence, que no pasa a ésta, sino más bien se desvanece entre frases de algún mayor aparato y opulencia.
Sus reminiscencias de otros no son en ningún caso una mera repetición: viven tan de su vida, llevan ta marcado su sello, que en vez de amenguarla, corroboran su bien definida personalidad: son como una nueva creación. Quiero recordar a este propósito su “Loretan lore” (“Flor entre flores”), aunque no la recoja Urkiaga en Bide Barrijak. Quizás no sea de hecho una imitación del romance de Meléndez Valdés “Al prado fué por flores -la muchacha Dorila…”; pero indiscutiblemente que lo parece, sólo que la poesía vasca —linda si las hay— supera en frescura y movimiento y delicadeza y popularidad a la castellana. Y nadie que no es verdadero poeta vence a su modelo, imitándole, o a otro que ha tratado con felicidad el mismo asunto.
Tales comienzos auguran para la plena madurez obras que colmen las mejores esperanzas. Quien ha escrito en los umbrales de la juventud una serie de poesías tan acabadas como lo son, con muy contadas excepciones, las que forman la colección Bide Barrijak, es ya más que una promesa y se ha conquistado, y conquistado para siempre, un puesto de primer rango entre los poetas euskeldunes. Si es lícito aconsejar algo a un verdadero artista, yo me atrevería a inculcarle mucho a Urkiaga, que deje sin miedo toda preocupación de teorías estéticas, y abandonándose al impulso interior de sus momentos inspirados, reproduzca a ejemplo de Maragall, su propia emoción con exactitud fidelísima; porque ese es el camino natural y único para llegar a la creación del arte verdadero y de la obra de arte perfecta. Cuando el temperamento y el gusto se dan ya y se armonizan en equilibrio, como sucede en Urkiaga, todas las normas se reducen con fruto a esa del grán lírico barcelonés.
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