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Barne-Muinetan / Orixe / Itxaropena, 1934

La poesía cristiana II Lauaxeta / Euzkadi, 1934-06-08

La lírica de “Orixe” es esencialmente cristiana, con matiz más bien intelectivo que intuitivo, donde el pensamiento adquiere una claridad serena. En cada uno de los seis trípticos que completan “Barne-Muinetan”, el entendimiento discurre sobre temas que han nacido bajo el ala de la meditación.

Esa poesía de formas o límites, hermana de la griega. Y esto precisamente le presta ese tinte discursivo, enemigo de las vagas efusiones que quieren darnos un sabor de lo infinito.

Sin intentarlo con deliberación, el nuevo libro extrae a flor de polémicas el examen de las doctrinas ascético-místicas del ignacismo contra otras tendencias menos discursivas y más contemplativas de ciertos autores. No sin visos de realidad, con algo de terquedad, se ha sostenido que las doctrinas de Loyola matan los impulsos místicos del alma, porque todo lo que queda subrayado en los Ejercicios Espirituales es más obra de razonamientos que de efusiones. Oración de matiz evangélico antes que del estilo del seráfico San Francisco o Susón.

Y nosotros, amparados en esta orientación, hemos calificado la poesía de “Orixe” no como mística, sino cristiana. En algunos versos, tales como dedicados al Espíritu Santo, se siente un aura de arrebato. “Mi cabeza está ardiente y pesada, a punto de volverse loca, porque el sueño cubre de pavesa mi roja brasa”. Pero este tono místico necesita de claras nociones.

Existe no pequeña diferencia entre ambos términos. Muchos poetas, lejos del cristianismo, son profundamente místicos, porque en las efusiones íntimas de su alma, transformada en arte por medio del verso, aspiran a la posesión de Dios, no por vía intelectiva, sino por unión de amor. No ignoramos que entre la mística verdadera y la teología tiene que existir jamás plena armonía y que los hechos místicos concuerdan con los datos que nos suministra la revelación cristiana.

No pueden captarse los actos sobrenaturales de la vida mística con la sola ciencia humana. En toda poesía de tal carácter se manifiesta la tendencia del espíritu a quedar arrobado en Dios, sin perder ninguna potencia ni sentido, pero embargado por la paz y dulcísima quietud que nace del coloquio solitario entre Dios y la criatura. “Es como un dolor grande —decía la Santa avilesa— que hace quejar, pero tan sabroso que nunca se quería faltase”.

El sentido claro de esta poesía mística ha sufrido rudos golpes, máxime con Cousin en su capítulo de “Du Vrai, du Beau et du Bien”, que calificó de mística toda clase de filosofías que se desenvuelven en la oscuridad y la ininteligencia. Tienden más al sentimentalismo que al misticismo. Por estas razones entendemos que la lírica de “Orixe” es cristiana. Al frente de la escuela de Alejandría aparece el místico Filón, que comienza la iniciación de la unión con Dios, pues no otra cosa predica en su tratado de la Vida Contemplativa. La sabiduría que pregona el místico judío tiende a la unión por la voluntad y entendimiento con Dios; pero no como quiera, sino por la via de la experiencia inmediata e intuición directa. Para él no existe la conciencia ni la libertad de acción.

Tampoco era cristiano aquel místico, autor de la “Ennéadas”, Plotino, y sin embargo, sus doctrinas acerca de la purificación del alma para la unión con la divinidad son muy loadas.

Fuera del sentir puramente cristiano nace la mística de un gran Algazel, maestro en su “Camino seguro de los devotos”. Y más profundo aún el insigne Ben-Gabirol, maravilloso por su “Keter Malkuth”. El hecho místico queda indicado hasta en la misma Nirvana budista, más propensa a la eternidad en que no se padece que a la unión en vida.

Estas diversas tendencias místicas quedan más claras aún en el foco de los pietistas con Spener y su Pía Desideria. O bien con Boehme, indicador de cuanto explanaron Schelling o Hegel, el moderno seudomisticismo, condenado en la encíclica “Pascendi”, tiene sus raíces fuera del verdadero cristianismo.

Así nace nuestro miedo o prevención contra ese calificativo de “poesía mística” al tratar de examinar el libro de “Orixe”. Por esto, también escribió Menéndez y Pelayo: “Poesía mística no es sinónimo de poesía cristiana: abarca más y abarca menos”. ¡Qué gran diferencia salta entre las “Divinas Instituciones” del doctor Iluminado y Abentofail!

Con esta clara distinción pudiera disputarse mucho con la obra de Ormaetxea, pues, como hemos indicado, late en su fondo una tendencia ascética, más en consonancia con Loyola que con el venerable Taulero o Ruysbrokio. El P. Arintero disputaría seriamente con el P. Marechal al tratarse de esta poesía. Si alguno cree que todo esto anda fuera de la crítica literaria, bien merece disculpa. A “Orixe” le sucede lo que a los grandes autores. Sin ellos proponerse, derraman en los libros verdaderos principios filosóficos o ascéticos.

El seguir esta orientación del poeta vasco sería de utilidad para su completa interpretación. Queden, pues, indicados solamente las notas que quisiéramos ver desarrolladas más detenidamente. Obra, no de un artículo periodístico, sino de un Ensayo.

Y puestos ha examinar su fondo cristiano, anotemos el primer tríptico. Consta de tres partes. En la primera se busca la presencia de Dios en todas las criaturas. Ya en su capítulo IV, libro XI, trató San Agustín de este tema. “Todas las criaturas proclaman que Dios es su Hacedor”. En diversos sitios deja asentados los siguientes puntos el autor de las Confesiones: “Las criaturas no están lejos de Dios en distancia local. Tienen por causa la bondad de Dios. Todas claman que amemos a Dios y nos excitan a este amor”.

También San Juan de la Cruz, al tratar de la canción IV, en su declaración nos dice: “Había, pues, el alma en esta canción con las criaturas, preguntándoles por su Amado. Y así se contiene la consideración de los elementos y de las demás criaturas inferiores, y la consideración de los cielos y las demás criaturas y cosas materiales que Dios creó en ellos”. A “Orixe” le ha herido el espíritu aquel maravilloso pensamiento del capítulo XVII de los Hechos de los Apóstoles: “In ipso enim vivimus et movemur et sumus”. Algo de esto se le escapó en su “Iankoagan bat”, la poesía cumbre hasta el día de hoy.

En la segunda parte del tríptico busca a Dios en el Sacramento. Es decir, Cristo en la plenitud de su caridad. ¡Que versos éstos tan vascos y artísticos”.

Begira daukat, begira nauka
Gorputz begiez dakusdanean
ez nai lilura: ez du dirdairik.

Termina el tríptico con la presencia de Dios en nosotros mismos. Es la mejor de las tres primeras. Sin intentarlo, tal vez, el poeta ha dejado en su tríptico una verdadera ciencia sobre la Trinidad y sobre la acción de Padre, del Hijo y del Espíritu. Muy difícil sería tratar estos temas sin conocimiento profundo de la teología. Y con cuánta gracia nos describe: “El viento está siempre besando la cumbre del monte Trintin, a donde suelo subir el verano muy de madrugada. Trasládome yo presuroso con mis alas al monte de la oración. Que el viento tenga siempre viva esta brasa”.

Un recuerdo de la subida al Monte Carmelo. Pero dejemos para otro día del examen de los trípticos que completan el librito áureo “Barne-Muinetan”.

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