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Biotz begietan / Xabier Lizardi / Verdes Atxirika, 1932
Las cuatro estaciones Orixe / El Día, 1932-08-10
Venimos ya al poema cumbre del libro de “Lizardi” y a la pieza cumbre de la literatura vasca. Los críticos han sido unánimes al reconocer las excelencias, principalmente de la tercera parte, o sea, “Baso-itzal”, “Bosque umbrío”, premiada en el certamen de Tolosa.
En vano se esforzarán en hallar filiaciones ni aun parentescos de ningún otro grado en las demás literaturas. Aquí la originalidad es asombrosa. Hay aquí poesía directa, producto de haberse el poeta enfrentado cara a cara con la misma naturaleza. Se vé El Díalogo entre los dos elementos, se percibe la fidelísima interpretación de ese mudo lenguaje que todos hemos sentido, se admira la naturalidad de las observaciones, que si ya algunas no las teníamos hechas de antemano, asentimos a ellas con un “así es” a medida que las vamos cometiendo por la interpretación de “Lizardi”. Intérprete es, en efecto, el poeta, ya traduciendo, ya creando.
El analisis minucioso de cada una de estas piezas, que corresponden a las cuatro estaciones, nos llevaría muy lejos. Nos contentaremos con insinuar el mérito de cada una, estableciendo comparaciones entre ellas. Todas en general abundan en observaciones originales. La primera y la tercera sobresalen más por la descripción: la segunda y la cuarta por su lirismo. Contra lo que han dicho algunos críticos, opiné que la cuarta supera en conjunto a la tercera, y ahora opino que aun la segunda. Lo que yo busco en la poesía lírica es el lirismo sobre todo. Bien está la parte imaginativa, bien la intelectiva, que no van peor servidas en “Sagarlore” y “Ondar gorri” que en “Bizia lo” y “Baso itzal”, pero me permito insinuar que la crítica me resulta incompleta, cuando no mete en cuenta, al menos como tan importante, la parte afectiva. No quitaré nada de mérito a la sorprendente concepción de la sombra, hija del hayedo; pero estaba ya bien esbozada en “Sagarlore”.
“Zertan bear dut yakin Itzala,
pagadiaren ume yaukala,
neska-kozkortzen ari al dan?
La primera, “Bizia lo”, no desdice las tres restantes, si bien hace la impresión de alguna inferioridad, quizá nada más que por su menor volumen. La última exclamación es preciosa y nueva por la manera de concebirse el sueño como un remanso de vida:
O zein aizen eder loa,
eriotzaren anaitzakoa:
bizitzazko urloa!
Que hermoso eres, oh sueño, tú a quien consideran como hermano de la muerte (y que eres) remanso de vida.
La comparación del color del cielo con el humo de la leña verde, la bellísima expresión “atrio del día” con que se apellida al oriente, el “haya gallarda que no suelta del todo sus galas, las de antaño, hojas resecas hoy; como las solteronas duras de resignar”, los restos de la reciente gran nevada que semejan palomas anidadas o ropas de hacendosa mujer, puestas a secar, las yemas de las más altas ramillas de los árboles que tienden al cielo su deseo, anhelando las primicias de la luz del día, que a través de la oscurecida capa del cielo se la ha descrito antes como herida fresca de oro en vez de sangre… ¿no son suficientes flores en un ramillete? Sin embrago, no me atrevo en definitiva a igualar este fragmento con los otros tres. Tiene además dos motitas, si no es ilusión mía, cosa rara en “Lizardi”, amante de lo perfecto. La frase “ametsezko ontzi”, “naves de ensueño” de la primera estrofa, me resulta un tanto manida, y me parece concebida en otra lengua. Así mismo la palabra “karraxika” de la segunda estrofa, me parece un tanto excesiva en su expresión.
El segundo fragmento, perteneciente a la Primavera, tiene dos como partes, la una descriptiva y la otra lírica: magnífica la primera -las siete primeras estrofas- y excelsa la segunda, desde
“Bego tximirriten egaketa…”
hasta el fin.
Del tercer fragmento, con su imponderable descripción del calor aplastante y de la Sombra, tan bellamente personificada, ya han hablado bastante los críticos.
El cuarto fragmento es el mejor, vuelvo a repetir, sin “tal vez” como en el prólogo. ¡Qué sentimiento y qué digno! A mí me hace la impresión de una plegaria sincera, de una oración quieta y silenciosa, de una contemplación profunda, rayana en la mística religiosa. En este fragmento nuestro “Lizardi” se emparenta líricamente con Fray Luis de León, tenido por Bousselot por el mejor lírico del mundo. Esto educa la parte afectiva del alma, que es lo que no debe perder de vista la verdadera lírica.
Coincido con su propio autor en que es el mejor de los cuatro. Ya sé que es cosa corriente el pensar que los poetas no puedan ser buenos críticos. Pero ¿no se reveló acaso como crítico el divino Herrera al comentar a Garcilaso, comentario en que además de crítico apareció más poeta que el autor de las famosas églogas?
No es facil que se supere “Lizardi” ni que otros le superen: pero si desea producir nuevos frutos líricos para nuestra lengua aquí debe insistir.
Atención especial merecían en este libro “Xabiertxo’ren eriotza”, “Bultzi- -leiotik”, “Paris’ko txolarrea”, “Zuaitz etzana” y “Asaba zarren baratza”; pero veo que me voy alargando…
En lo que, a mi juicio, debe moderarse “Lizardi” es en cierto predominio que le noto de la imaginación y del discurso. Las facultades intelectivas y afectivas en su ejercicio, las concibo como dos paralelas contiguas, casi tocándose, y que al trazarse, no se adelanten la una sobre la otra.
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