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Bide barrijak / Lauaxeta / Verdes Atxirika, 1931

Bide barrijak Orixe / Euzkadi, 1931-11-29

Estamos en época de exploraciones, de tentativas y aun de francos éxitos. El nuevo libro de Urkiaga, “Lauaxeta”, es lo que su título dice: un romper nuevos mares para conquistar la isla encantada de la Poesía.

Aun dado que a Oihenart se le considere el primer innovador ya en los metros que usa, ya en la poesía, amatoria también por lo común, que apartándose del giro popular ensaya más altos vuelos, es muy fácil que el lector vasco no vea ningún revolucionario de talla hasta “Lauaxeta”. Yo, sin embargo, estimo que el desconocido Oihenart no debe ser desposeído de su título de primer innovador en nuestra historia poética, aunque no sea más que por orden cronológico.

Al escribir estas lineas no ha terminado de editarse el libro en cuestión, considerado el prólogo como parte del libro. Las poesías todas las he obtenido ansioso en las máquinas —valga un símil que usé años atrás—, como el niño que importuna a su madre para que saque el bollo del horno. Su autor espera mi juicio, bueno o malo, para él estimable, que no le regatearé en afectuosa correspondencia.

De sobra sabe el lector que, a pesar de la convivencia y entrañables relaciones de quienes hemos trabajado bajo un mismo techo, mi criterio será neutral y aun secamente expuesto, conforme a conducta adoptada desde el principio.

En este libro se ven claramente dibujadas dos tendencias poéticas que reflejan distintas preocupaciones del joven casi niño que emprende su carrera poética. La tendencia francamente francesa moderna que le ha subyugado casi hasta estos días, y el anhelo de emancipación formulada en la poesía “Itxasora” y reflejado en otras como “Miren’i otoia”, “Siaskatxua”, “Artxandako ganian” y “Goxaldeko edurra”.

Quizá buen número de las del primer género las hubiera entregado a las llamas en un rato de desaliento, si el que escribe estas líneas no se lo hubiera impedido. Hace cabalmente dos años que le decía en una carta que él, con más cuidado que yo conserva: “Lo que me dice no me coge de sorpresa; es un caso más de hipocondría tan frecuente en los temperamentos poéticos. No hay que dejarse dominar de ese espíritu, y, sobre todo, no formar propósitos es ese estado. Acuérdese de Haydn y otros artistas, y repase aquello de “non est magnum genium sine melancholia”. Animarse, pues, a traer a la lengua vasca la autoridad de Verlaine y Baudelaire. ¡Pues no le hace falta autorizarse a nuestra lengua! Ese tinte de modernidad que comunica usted a sus versos, viene bien, aunque no fuera sino un alarde de adaptación.

No hay por qué añada más ni modifique mi juicio. Haré unas breves reflexiones para nuestra juventud, ya que el criticado no necesita de ellas, quizá por estar los dos identificados en éste como en otros puntos. Bastantes veces hemos convenido en nuestras charlas que esa poesía blanducha y fútil de cierta escuela francesa no es más que una moda de los grandes maestros de la moda europea y mundial. Está bien que nuestro amigo haya sacado partido de ella para autorizar nuestra lengua, pero lamentaríamos mucho que cualquiera sin discreción y depurado gusto se empeñase en imitarle. Basta este libro, mejor dicho, una parte de este libro, para formar época en la literatura vasca, que se ha asomado con mejor fortuna que la española, a la francesa a que nos estamos refiriendo. Reflejemos más bien otras épocas y otras literaturas de más enjundia y de más severo arte. Los franceses son siempre maestros en el pulimento del lenguaje, formando señalado contraste con la rudez, o, mejor dicho, ramplonería de la moderna poesía española; pero adolecen fácilmente de dos defectos en que es más facil incurrir: el conceptismo y el sensismo. Pensamientos y afectos, fundidos armónicamente, son los que han de construir las grandes obras artísticas que hayan de sobrevenir a través de los siglos. En su polo opuesto están los conceptillos y los suspiros del falsete, con frecuencia divorciados, descuadernados, que engendran tanta multitud de poesías enteras.

No hay que enamorarse de ninguna escuela como tal ni de esta o aquella estética imperante. Hay leyes filosóficas eternas que están asentadas sobre el buen sentido, la disciplina, la armonía, la medida y, sobre todo, la unidad artística, que hoy tanto se descuida.

En nuestra época decadente se ha llegado a considerar como poetas a ciertos versificadores, ingeniosos a veces, a veces excéntricos, que no reunen las cualidades que Horacio señaló en su código del arte poético, siempre en vigor mientras haya algo bello que producir. Sería una lástima que nuestra juventud, ávida de conquistas literarias, se encariñase, no ya con chabacanerías de última moda, pero ni de ingeniosidades y afectuosidades insanas. El mismo “Lauaxeta” ha llegado a hastiarse de ellas, para intentar algo más sólido y confortante.

Por otra parte, en la actual poética española, más asequible a la generalidad de los vascos peninsulares, además de los defectos de la francesa, hallarán un increíble desaliño y una vacuidad desoladora.

Las cien mejores poesías modernas se intitula una de las colecciones que he tenido que curiosear. Aquello no merece más que encerrarlo bien encerrado en una vitrina como muestra auténtica de idiotez humana.

Otro día, Dios mediante, proseguiremos el juicio de Bide Barrijak, dedicando punto aparte a la segunda tendencia del autor cuyo libro se pondrá en breve a la venta.

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