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Lo clásico y lo moderno / (Liburu zehatzik ez)

Lo clásico y lo moderno Orixe / Euzkadi, 1932-04-26

¿Qué son las decantadas palabras “clásico” y “moderno”? ¿Es clásico lo que se escribió hace veinte siglos, y es moderno lo que se escribe en nuestros días? Puede ser viceversa. Cicerón nos habla de una serie de poetas charlatanes, cuyas obras, por fortuna y por ley natural, perecieron, que no tenían otro oficio sino el de hacer meras combinaciones y equilibrios de palabras “nulla subiecta sententia”, sin meollo de idea. Hoy, en cambio, en medio de tanto fárrago de ordinariez y de insensatez, hay algunas muestras de poesía lírica que nos recuerdan a los grandes y eternos maestros. Dividiendo la producción moderna en fugaz y duradera, ésta lo será porque precisamente se parece a la clásica. Lo clásico no es precisamnete escuela, y mucho menos la neoclásica de corte rígido y patrón invariable: es la escuela del dominio de la materia y de las facultades del escritor, administradas por una gran dosis de buen sentido. Es la escuela eterna.

Tratándose de lo moderno en nuestra lengua, inexacta idea se formaría quien llamase moderna a una pieza literaria en que se expresen por primera vez aquellas ideas. ¿Porque nuestros escritores de avanzada hayan tenido la fortuna de ser los primeros en desbrozar con éxito una materia inexplorada, han de ser necesariamente modernos? ¿Quién se atreverá a decir que un Eguzkitza o un Lekuona, por ejemplo, sean modernos en el escribir? ¿Sería asímismo moderno el traductor de una obra de cualquier género, cuyo contenido de ideas sea en la lengua traducida totalmente nuevo?

Lo moderno duradero, lo que resiste una crítica seria, es, como hemos indicado, lo clásico. Podar, eliminar, prescindir, imprimir movimiento y rapidez a la idea por la sobria expresión, es lo que no creo llegan a conseguir, en el grado de un Horacio, los modernos que más se precian de ello. Horacio, para mí, es el más moderno de los líricos en este sentido. No hay que olvidar que la lengua se le prestaba especialmente a ello.

Es, pues, moderno “Lizardi” en el mejor sentido de la palabra: es decir, clásico. No por haberse educado en tal escuela, sino por coincidir con los grandes escritores de todos los tiempos en un sobresaliente ingenio, moderado por el buen juicio que preside la acción de las facultades intelectuales y afectivas en la obra artística. Cualidades no han de faltar mientras hay hombres. Defectos siempre los habrá, e incorregibles, o por falta de disciplina o por falta de discreción natural. En nuestro caso, la falta de una disciplina humanística queda subsanada por una gran dosis de sentido que supera a muchos años de labor de aulas.

Y es horaciano en el sentido más riguroso, con la circunstancia de no haber leído ni una traducción castellana de Horacio. Y aunque la hubiera leído, no le hubiera bastado, sin más. Para darse idea del estilo del original, que con asombro recuerda. Se concibe el estilo de “Lizardi” en uno que haya leído las odas y épodos en latín; pero en ninguno más sino en el que posea grandes dotes para crearse su estilo lleno de fuerza y nervio.

Podemos decir, con permiso del autor, que no conoce más poesía que la que leyó los trozos escogidos al hacer su carrera. Carece, pues, casi absolutamente de lectura, cosa que todavía dice más en su favor. La cuestión de la originalidad de su poesía no nos puede dar ninguna preocupación. Podrá quizá, coincidir con otro en alguna metáfora, quizá en una alegoría, quizá hasta en una concepción; pero estamos seguros de poder decir en todo caso: es coincidencia de dos grandes escritores. ¿Qué cosa más manoseada que la primavera en poesía? Pues de este asunto hace “Lizardi” en cuatro partes el poema cumbre de la literatura vasca. La tercera parte, u oda, mereció el supremo galardón de la poesía vasca en el Certamen de Tolosa; pero queda superada por la cuarta, de que a su tiempo hablaremos.

Su estilo es de una pieza. No va, como el florista, picando acá y allá, entrelazando hojas con flores en un mismo ramillete; procede como el sol, que con su caricia, al mismo tiempo hace brotar, según la nauraleza de la tierra, hierbas, hojas, flores… fragantes setas. No va salpicando de adornos teñidos la pieza que de antemano va tejiendo, sino que en el mismo tejer le va resultando el adorno.

Su euskera, dialectalmente gipuzkoano, tiende al nabarro-labortano en su composición gramatical. Tiene gran instinto lingüístico, haciendo dar a la lengua lo que ella da de sí. No puedo negar que ha veces le sucede lo que dijo Horacio: “Brevis esse laboro, obscurus fio”; procuro ser breve y resultó oscuro; sin embargo, parte de esa oscuridad que hallarán algunos, procede otras veces de la tendencia labortanista del que busca expresar una idea con más brevedad y fuerza. Relaciones de composición gramatical que a un vasco oriental son familiares, tardará en entender el occidental que no conozca los dialectos. Aquí la culpa no es del escritor. A un mismo tiempo ha sido cultivador constante y cariñoso de nuestra lengua y de la literatura. En ésta ha sido autodidacto, y en aquella se ha aprovechado hasta de las últimas migajas que escapaban a escritores modestos o ilustrados. Un buen día, hace unos cinco años, apareció por primera vez la firma de “Lizardi’tar Xabier” en una polémica sobre la preferencia de la Prensa o de las Escuelas. Algunas expresiones de sus primeros artículos nos hacían sospechar de un vasco quizá no nativo, sin inclinarnos francamente a decidir si era o no euskaldun berri. A poco, a muy poco, reconocíamos al hombre que lee con cuidado y se aprovecha de los aciertos de los buenos hablistas. Al cabo de no mucho pasaba a la vanguardia por propios méritos, y hoy le ha llegado a llamar maestro en prosa vasca uno que juzgaba acerbamente su poesía.

Su información literaria la debe a los breves ratos que le permite el agobiante trabajo de su cargo. Sube, en paseo no ocioso, por la fuente de Beretarbide, y atravesando el camino raramente hollado por el carro, se sienta de frente al barranco de los recuerdos y al centinela de Aralar, Txindoki. Allí se deja impresionar por la naturaleza, olvidando combinaciones de números y estrépito de fábricas. No cuida sino de someter al idioma que va dominando lo que su mente y corazón sueñan. Allí produce esa poesía llena de salud, alegre, que en él es con todo rigor ciencia gaya.

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