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Por la literatura euskaldun / (Liburu zehatzik ez)

Por la literatura euskaldun J. Aitzol / Euzkadi, 1934-12-18

En los entusiasmos y depresiones de la vida política de un pueblo surgen erupciones de actividad y tranquilos remansos de quietud. Así sucede hoy en el nuestro.

Tan beneficiosas conceptúo yo estas forzosas quietudes de la actividad política, como aquellas otras en que la actividad proselitista impulsa al individuo y la colectividad a una acción intensísima.

Quietud voluntaria o forzosa es o debe ser equivalente a reflexión. Reflexionemos ahora sobre los tres puntos fundamentales que constituyen la trayectoria de la vida individual. Qué hice hasta el presente, qué hago hoy, qué debo hacer mañana; eso debe preguntarse en estos instantes de meditación todo amante del País Vasco.

Todos estamos en la obligación de ser hombres constructivos. Luchar para edificar, para levantar, para animar, para realizar siempre una acción positiva. Y no hay, no puede haber una sola ocasión en la que las circunstancias, por adversas que sean, impidan el ejercitar colectiva o individualmente, solos o acompañados, la realización de esta acción constructiva.

Es fácil, la labor más fácil quizás, y la más cómoda y entretenida, desde luego, dejarse arrastrar por el entusiasmo en las grandes manifestaciones populares, exteriorizar su ardor y adhesión a la causa, y gozando de la esplendidez de un día delicioso, trasladarse en agradable excursión para dar fe de vida colectiva vasca a los puntos de cita.

Bién está esto. Y es muy necesario en su sazón y época conveniente. Pero ni es la única labor, ni sea tal vez a la larga la más duradera. Hay otra que, por ser la más callada, dificil y abnegada, no se presta tan fácilmente a ser realizada. Es la labor individual constructiva la del estudio, la de la enseñanza de la cultura vasca.

Yo quisiera tener la fuerza persuasiva suficiente para reclamar la atención de todos los amantes de lo vasco hacia un problema urgentísimo, gravísimo, decisivo para el porvenir del País Vasco. Todos los superlativos, por muy intensivos que ellos sean, son pocos para hacer resaltar su trascendencia.

Me refiero al cultivo de nuestro idioma. Y, por hoy, al de su cultivo literario. Ha sido este año que finaliza de 1934 de una terrible y maldecida esterilidad para la literatura vasca. No sólo no hemos avanzado, sino que hemos retrocedido en cuanto al volumen de las publicaciones y no nos hemos superado en cuanto a su calidad. Y ello es también retroceder. Haremos el examen detallado del balance al finalizar el año. Y reflexionemos. ¿Por qué esa tan raquítica producción literaria? Lo diremos con entera crudeza. Somos mayores de edad para poder encararnos con la realidad. El ocultar nuestros males no es remedio alguno.

Las causas de esta esterilidad son múltiples. Las enunciaremos nada más, sin graduarlas ni precisar su trascendencia capital. Una, la falta de lectores y la indiferencia glacial del público vasco por los libros euskeldunes. Aun los libros literarios más valiosos, con las poesías seleccionadas anualmente, apenas llegan a ser vendidos en el mercado unos trescientos ejemplares. No pasan de ese número, si es que llegan, los que espontáneamente, sin ser coaccionados, adquieren un libro en euskera. A esa conclusión nos ha llevado un atento estudio de varios años.

Esta triste realidad lleva el desaliento a los escritores y literatos vascos, que tras la ardua tarea de escribir una obra, imprimirla y publicarla, casi siempre sufren un déficit económico en la empresa. Es natural que esto retraiga aún a los más fervorosos, ya que los literatos carecen, por lo general, de medios de fortuna, y las entidades renacentistas no gozan del apoyo ni la cooperación de los amantes del pueblo vasco.

Es muy cierto que en parte recae sobre no pocos escritores la culpabilidad de ese alejamiento del público euskaldun. Ellos lo han alejado con un euskera subjetivista, personalmente arbitrario, con un valor en las palabras, imágenes y frases totalmente personal, que el lector no puede ni interpretar ni adivinar sino tras grandes esfuerzos. Por eso gran parte de nuestra literatura es artificiosa, carece de naturalidad, de espontaneidad en la expresión, de viveza y lozanía.

Es imprescindible que, dando un viraje pronunciado, enfilemos la producción literaria hacia los senderos de lo natural, de lo espontáneo, de lo sencillo, huyendo de lo artificioso, amanerado, y de la expresión dura de un lenguaje fabricado en laboratorio. Es ésta una condición sin la cual no llegaremos jamás a tener una literatura vasca. La triste realidad es una lección soberana.

Mas existen hoy en día literatos, escritores, poetas y comediógrafos muy aceptables, que pueden impulsar nuestra literatura con brio y con gran empuje. Con la misma sinceridad, con la arriba descarnadamente reflexionamos ante los lectores de este diario, afirmamos también que jamás poseyó el pueblo euskeldun hombres de temple artístico y literario como al presente, ni tan buenos conocedores de nuestro idioma ni tan galanos escritores. Esto es ciertísimo y nadie podrá negarlo.

Pero debe estimularse la actividad de estos literatos, debe buscarse y encontrarse el ingenio oculto, recatado, y sacarlo a la luz pública, debe favorecerse y apoyarse el esfuerzo de nuestros escritores que se lanzan a la publicación de sus trabajos.

Todos los pueblos, aun los que poseen una literatura espléndida y soberana, se lanzan a fomentar y estimular estos nuevos valores o a consagrar a los iniciados.

Estos mismos días la prensa francesa nos advierte, con motivo de la concesión del premio literario de la Academia Goncourt —que el lunes se dictó—, que en París se conceden más de trescientos premios literarios a escritores, poetas, comediógrafos y periodistas. Trescientos premios en metálico e innumerables más con menciones honoríficas u otros galardones.

Y del tal prestigio gozan algunos de estos certámenes, como el de Goncourt, que la decisión del Jurado calificador premiando una obra equivale a su autor, en contadísimos días, la venta de más de 100.000 ejemplares, y en otras tantas para la obra premiada por el certamen “Theophrastre-Renaudot”, que los periodistas parisinos organizan.

Esta práctica de los certamenes literarios es común y generalizada en todos los pueblos. En todos menos en el nuestro, donde no hay un solo Mecenas que destine un puñado de pesetas para una de las obras más ingentes del renacimiento de nuestro pueblo.

Solamente la Academia de la Lengua Vasca tiene establecido un modestísimo premio bienal de 500 pesetas para una novela vasca, y la Sociedad Euskaltzaleak anualmente celebra el certamen periodístico de “Kirikiño” (400 pesetas) y el de la poesía y comedias euskeldunes con galardones humildes (2.000 pesetas), como cae a una entidad que se nutre con los céntimos pobres (3,50) de los sencillos euzkeltzales del pueblo humilde.

Son momentos estos de reflexión. Dudamos que nuestra invitación tenga éxito alguno. Sin embargo, ahí queda escrita, cumoliendo un deber imperioso, llamando a los vascos hacia una senda olvidada y despreciada, y que, sin embargo, es de las que más directa y seguramente conducen al ideal.

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