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A la muerte de Lizardi / (Liburu zehatzik ez)

A la muerte de Lizardi Lauaxeta / Jagi-jagi, 1933-03-18

“Y sea para tí solo este gozoso grito mío: para tí, manzanal, a quien la nueva savia ha vestido de fiesta de un modo predilecto. La vida brilla llameante en tí, la vida acaba de reventar en tus ramas. ¡En tí la Primavera tiene su lecho natal!”

Así cantó nuestro poeta desde la ladera de la montaña azul. Un anhelo de vida corría por sus entrañas, pero la divina juventud no fue capaz de retener aquella rama de artista supremo. Las medianas quedan para estorbo de la civilización, pero las inteligencias próceres mueren no pudiendo soportar todo el peso de la grandeza espiritual.

¡Morir! ¿Cómo podrán morir los poetas enamorados de la vida y de la belleza? Nos resistimos a creer que Lizardi, el poeta de la patria, haya podido cerrar los ojos a la caricia de la noche eterna. En sus miradas llevaba la luz primaveral de este pueblo que mira a la aurora de sus destinos. ¿Al cerrar sus ojos habrá encontrado un día luminoso de eternidad?

Con dolor profundo leo un día en el libro de sus versos. Una sentida dedicatoria en su primera página me hace llorar: “Lauaxeta’rentzat. Adizkide onari, abertzale zintzo ta euzkel-olerkari argiari, maitez, Lizardi’k”.

¡Cuántas veces leo y releo estas palabras que nacieron en la intimidad de una amistad sincera! Una de mis grandes satisfacciones es el haber animado al eximio poeta a que publicara su “Biotz-Begietan”.

Uno de los componentes del certamen poético de Tolosa incliné mi voto hacia él para que la Rama de Roble plateada corona su bellísima poesía “Itzal”. Aquel hombre sencillo, modelo de patriotismo, había llegado a lo más sentido de mi ser. Todo era en su alma paz y serenidad. Parecía un poeta de la época griega con perfecta armonía entre la inteligencia y el corazón.

En divina calma del paisaje tolosarra, al amparo de los montes tan amados por él, supo infundir a su e[spíritu] esa suprema euritmia de belleza.

Pero todo ha quedado truncado. Euzkadi llorará la muerte de uno de sus hijos predilectos. La pobre lengua de nuestros amores, prisionera de sus hijos, resonó en sus labios con acentos de maravilla. Y sus palabras de vida al idioma rezaron también para el poeta de la Patria, Sabino de Arana y Goiri: “Hombre que, muy luego de muerto, vives hoy entre nosotros. Diaria resurrección de quién está bajo la tierra. Bendiga yo en nombre de quién nos proveyó de patria y de idioma”.

Así amó Lizardi a esta tierra, carne de nuestra sangre. Así cantó a esas campiñas que llevan la savia de un amor eterno a nuestra patria.

El haber nacido artista no le exoneró de la obligación de amar con frenesí a Euzkadi. Pero escuchó una voz misteriosa de la lejanía azul. Otra patria donde florece la felicidad se dejó entrever a sus miradas ansiosas y voló para siempre. ¡Que la sonrisa de la esfinge eterna haya florecido de paz ante su alma purísima y cristiana!

Nosotros queremos eternizarnos en la vida temporal; quisiéramos que jamás pasaran los momentos del minuto para vivirlos plenamente. Si el mundo es tan bello, como cantó un poeta ¿por qué soñar otro mundo mejor? ¿Para qué queremos estos ojos sino para admirar el azul de los montes, la calma divina de los mares, la floración de la primavera? ¡Oh, señor, qué nos podrás dar en otra vida que aquí no hayamos gozado?

Tú hicistes nuestros cuerpos para que supieran gustar de las obras de tus manos y a nuestros ojos les infundiste un ansia de belleza. Para qué pensar en el luego si aquí tenemos la felicidad de tus larguezas? Permite que nos eternizemos en esta vida y que entre los resplandores del ideal vislumbremos el brillo de tu gloria. Pero si esta oración pagana no es de tu agrado, dános en despertar sin noche en tu plenitud divina.

Y al alma de nuestro amigo dale la paz sin términos. Si en esta vida quiso encontrar tus huellas en la flor humilde de los prados o en las praderas de trébol, semejante a una muchedumbre de danzantes báquicos, tambaleándose sobre sus pies, muestran en las manos enhiestas las copas de vino, si en todo amó tu estela, sacia para siempre todas sus inquietudes. Pero a cambio de aquel que nos quitaste danos otro. Otro gran poeta que cante a nuestra pobre lengua, a este idioma que tú formaste. ¿Por qué le arrebatas sus mejores hijos? ¿No recuerdas a Elzo, P. Rentería, Zubigar? ¡Dános otro, otro, Señor, que pueda cantar maravillosamente las grandezas de la patria que espera ser libre, el heroismo de estos hijos de la raza que saben morir bendiciendo a su Jaun-Goikua! Dános otro poeta por este que nos arrebataste, porque de lo contrario creeremos que has olvidado la obra de tus manos.

¡Oh, Lizardi, nuestros ojos llorosos se elevan hacia el azul donde moras en la serenidad eterna! Ruega por Euzkadi, por esta patria que tú adoraste. Que nazcan en sus laderas artistas que hagan brillar al idioma y héroes que liberen la patria.

No olvides esta súplica que nace entre gemidos de dolor. Si tu vida nos importaba era por la patria, pero si ésta consigue sus anhelos, entonces sobre tu tumba florecerán las rosas de la alegría de la vida.

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