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Biozkadak / Luis Jauregi Jautarkol / Ama-Birgiñaren irarkola, 1929
Suspiros del corazón Orixe / Euzkadi, 1930-01-01
Así traducimos el título de las poesías de don Luis Jáuregui. Si algunas poesías vascas hemos leído con atención, son estas del cordial amigo, a cuya formación poética asistimos desde sus primeros pasos. Las hemos leído una por una, estrofa por estrofa, verso por verso, y tenemos hecha larga y minuciosa disquisición de ellas. A cada poesía, a cada estrofa, hemos dado su calificación a estilo de dómine, y lo que aquí digamos será una impresión derivada de esos apuntes.
La amistad no nos debe prohibir —sería mal entendida amistad— el exponer lo que honradamente entendemos en toda su integridad: lo digno de alabanza, alabándolo con mesura; lo digno de censura, si lo hubiese, censurándolo en términos amables, con el único fin de perfección que aun es dable en la obra de nuestro lírico.
Salgamos al paso a la primera objeción que se le ha hecho: “siempre tañe la cuerda tristona y lamentosa”. Nada de esto, a nuestro juicio, nos ha sorprendido; por lo contrario, la nueva variedad de afectos que el poeta alcanza en su círculo de materias es bastante reducido. Solo dos composiciones —entre cincuenta y una— nos han hecho la impresión de tono lamentoso. Examínese la titulada “Aralar”, que teniendo elementos de primer orden en su construcción, resulta en conjunto de segundo orden, por la eterna preocupación de la lengua moribunda: preocupación concebida incluso con vulgaridad en alguno que otro pasaje, y expresada en términos que parecen pasar de lo justo, vicio que se opone a lo que es una de las virtudes más salientes en el autor: la adecuación entre el sentimiento y la expresión.
Para terminar con los reparos de toda la colección, sólo cuatro hemos señalado en el estigma de medianías: “Lotsagabea”, “Bai erri gaxoa!”, “Malentxu” y “Eutsi erriari”. En este libro no ha lugar el “sunt mediocria multa” de Marcial. Sinceramente he de confesar que con este poeta me ha pasado lo contrario que con otros. Leídas pues las poesías en publicaciones desperdigadas, me han solido resultar menos meritorias que al verlas juntas formando libro; pero en este caso, o por el tino en excluir algunas, que no es pequeño mérito al componer un libro, o por su valor intrínseco, o apreciando antes en precipitada lectura he concebido más alta idea de su autor.
Ocho poesías he subrayado con dictado y primera clase, tales que pudieran figurar con honor en las antologías de cualquier idioma: “Amonatxoa eskean”, de encantadora narración, aire popular, justeza clásica; “Bizitza menditarra”, bucólica modelo, sin afectación, de mucha frescura, de expresión tan popular y tan clásica como la anterior; “Itsasaldean”, sobria, rápida y honda descripción; “Umezurtza” de color campoamoriano, más concertado que su modelo; “Artzai neska”, estilo “Atozkit Jesus”, con dejos de Lope de Vega, pero de caracter más sagrado; “Nere lagun zar bateri”, precioso sentimiento de cristiana venganza a un amigo que no más por el título y asunto recuerda a Ovidio; y finalmente el “Bertso gaxoak!”, muy linda y suelta, nueva en la combinación de la estrofa, que (al parecer) a pesar del carácter del prólogo merece contarse entre las primeras.
El lector advertirá que aludimos a la comparación con otros poetas, y por consiguiente, Jáuregui es a veces imitador o adaptador. No es (a veces) deshonra, sobre todo cuando la imitación es mejorada, como aquí sucede. Jáuregui tiene gran “calidad de sentimiento”, y su expresión es cuidada y sincera, no va más allá de donde va su sentimiento. Una vez, en la poesía “Aizkorriren oñetan” apunta la amplificación a lo Jorge Manrique: “¿Qué se hizo el rey don Juan? Los infantes de Aragón. ¿Que se hicieron?, etc”. No quiere decirse con esto que Jáuregi no sea efusivo. Lo es a la manera vasca. Por otra parte la poesía “Mater dolorosa” parece una página de fray Luis de León. En una cosa deseo más perfección a este poeta: en la expresión acerrada vasca, en la que quizá no le avantaja más que Zaldubi. Sin dejar de ser universal en el sentimiento, se puede ser más vasco. Jáuregui tiene la suficinte vena y un adecuado estilo poético, con auxilio de los cuales ha llegado a ser el mejor que hasta ahora conozco de los poetas vascos. Entiéndase que a ninguno he leído con tal detenimiento, y ¡ojalá tuviera que rectificar, para el bien de las letras vascas! Le falta, a mi ver, para llegar al ideal, el ápice del nervio vasco de que es ejemplar Zaldubi.
Son muy apreciables todas las demás, en las que sólo un exigente y rígido pude hallar tacha. Hallo alguna imitación moderna en “Aitonaren esanak”, y en “Nere eresia”; me resulta un tanto de “común” la dedicada al Cristo de Vergara, quizá por el metro sobado y vulgar; no recuerdo por qué no he enumerado entre las de primera clase a la “Jesusen Biotzari”, suave aspiración verdagueresca; en “Eskalea” me parece inverosimil un sueño largo en la nieve; en “Alai ta pakean” hay imitación de Elizamburu. Lo peor de lo moderno que tienen algunas, como “Lotsagabea”, es el ser poca cosa. Falta el plan de la arquitectura clásica, el “operis suma”, pues un pensamiento bello, aislado, es como una flor, y el poema lo entiendo yo como un ramillete bien entrelezado o como un tablar en el jardín del libro. Esta poquita cosa, un rasgo, una idea suelta, es de espíritus propios de nuestra época. Aconsejaríamos a Jáuregui que temple su alma en la recia poesía clásica y estudie el verso vasco en autores como el modelo que le hemos indicado. Probablemente, ¡oh, desidia editorial nuestra!, no lo conocerá.
He aquí mi leal juicio, sin adulaciones ni tapujos. La amistad tiene su freno en la responsabilidad de las afirmaciones. El primer amigo es uno mismo. Y pues el crítico se expone a ser juzgado, su responsabilidad, en este caso, su más íntima amistad. Nada he dicho de las bellezas y novedades métricas para que no se prolongue excesivamente este artículo. Otro día será, Dios mediante, ya que en nuestros días de desorientación sobre las normas de versificar no es poco interesante la materia.
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