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Lizardi según Barrensoro / (Liburu zehatzik ez)

Lizardi según Barrensoro Orixe / El Día, 1933-03-28

El ya conocido escritor vasco “Barrensoro”, autor del reciente libro “Gazi gozoak”, elogiosamente juzgado ya en este diario, no es otro que don Tomás Aguirre, de idéntico apellido al homenajeado, laborioso y antiguo cultivador de la lengua vasca y sucesor de otros gloriosos Aguirre como don Domingo, el famoso novelista, don José María, el llorado “Lizardi”, el gran Axular (Aguerre) y don Gurbindo (Aguerre) que es el mismo apellido aunque difiera en una letra. Desde los primeros tiempos del periódico “Euzkadi” colaboró en su sección vasca, siendo uno de los mejores auxiliares de “Kirikiño”, firmando sus trabajos, si mal no recuerdo, con la variante de su apellido, Agerre. En todo este tiempo transcurrido ha ido formándose, en progreso lento pero seguro cada día, siendo uno de los que mejor dominan el léxico, los giros, y los diversos dialectos, cosa que hicimos notar en un artículo destinado a “Euzkadi”, que tuvo la mala fortuna de extraviarse.

La conferencia fue muy del agrado del selecto público, y la pudiera suscribir yo casi toda, aparte de alguna que otra apreciación de importancia muy escasa, y el estilo personal del autor. Para no alargarme siguiendo el detallado resumen que laudablamente anticipó como debieran hacerlo los conferenciantes vascos especialmente, dando una ayuda más al público y al crítico, me fijaré en algunos puntos capitales que desarrolló. El hombre, el poeta, relaciones del uno con el otro, fuentes de inspiración, cualidades del artista, y otras ideas generales de estética literaria, nos agradaron ver dichas en nuestra lengua con una expedición de que hace muy pocos años carecían los mejores escritores vascos.

Comencemos por el uso de la facultad imaginativa. Notó, como lo han hecho casi todos los críticos, la sobriedad extraordinaria y la selección, más que sobriedad de imágenes, a veces, de exposición de ellas. Añadió en este punto una nota muy personal y muy laudable leyendo dos fragmentos paralelos, uno propio y otro del homenajeado, en que hacía resaltar la diferencia de los dos estilos, más lujoso, más lento, menos clásico el del autor de humilde confesión pública, que el magro, rápido y vivo del criticado. Reforzando este punto, digamos ya, pues no hay lugar a herir su modestia, que siendo un hombre de imaginación fecundísima desatada y aun desenfrenada en los ratos de íntima expansión, supo moderarla y mortificarla en su arte, merced a su gran discreción, a su exquisito gusto de maravilloso autodidacto, que suplió con ventaja, como indiqué en otra ocasión, a muchos años de labor de aulas. Tenía sumamente desarrollado el sentido gráfico, como lo prueba, fuera de sus escritos en prosa y verso, la divertida colección de caricaturas que se han hallado entre sus papeles, acerca de diversos asuntos, sobre todo de la guerra europea. “Autodidacto” le llamaba yo en la íntima confianza, y esto es lo más grande de este hombre en sus diversos aspectos de escritor. Tenía un gran dominio de sí mismo, de la materia y de sus propias facultades, cosa en que pongo el ápice del clasicismo. Recordando la preciosa frase de Santa Teresa acerca de unos religiosos de coro de quienes dice que tenían las voces “poco mortificadas”, poco educadas que se diría hoy, el arte de “Lizardi” es mortificación, poda, depuración, disciplina…

Pasemos a la parte afectiva. El conferenciante notó con cierta verdad, aunque en conversaciones privadas hemos llegado a oír lo contrario, que “Lizardi” era hombre afectivo. Aparte de la demostración que dió en sus relaciones conyugales y familiares, algunos trozos de poesías que “Barrensoro” leyó magistralmente, son la mejor demostración de la afectividad de un hombre aparentemente seco, muy recatado en sus afectos. Me perdonará EL DÍA si me extiendo algo. En una sola ocasión perdía “Lizardi” el maravilloso dominio sobre si mismo: era en los contratiempos y contrariedades que le ocasionaba continuamente su cargo, nacidos de la idea excesivamente escrupulosa de la responsabilidad. Era muy afectivo y tuvo que sufrir mucho; más de lo que el vulgo cree. Por eso, aparte de algunas poesías más efusivas, de algunos fragmentos en que se exterioriza más, tuvo que moderarse en las piezas supremas como “Ondar gorri”, en aras del arte puro y consumado de la lírica concentrada, tan clásica y tan vasca.

Antes de proseguir me perdonará el lector, si vindico para mí la idea de haber señalado la oda citada como la mejor de “Lizardi”. Ante todo en el prólogo del libro, donde pongo un tímido “tal vez” que resueltamente quité en un artículo de crítica, diciendo “sin tal vez”. No recuerdo, sinceramente, qué crítico repitió mi idea antes que “Barrensoro”; después, éste, y últimamente “Agarel”, atribuyéndosela a éste. “Suum cuique”. La ruín crítica de “Agarel”, inoportuna además por la reciente muerte de nuestro Joxe Mari, me recuerda la frase de aquel celosillo misionero entre infieles, que escribió en una carta dirigida a Europa a raiz de la muerte del gran San Francisco Xabier: “Tand…, fanaticus ille mortus est”. Ya era hora de que muriese aquel fanático. Hay que decir en honor a “Barrensoro”, que la pequeña alucinación que sufrió por mala inteligencia de la teoría de la prosa vasca de “Lizardi” y la insuficiente incompresión de su estilo poético y de su lenguaje, quedan contrarrestadas por el artículo necrológico que escribió en “Euzkadi”, y por la conferecia que pronunció el domingo. ¡Asi se procede!

Digamos algo acerca del lenguaje de “Lizardi”. El conferenciante aduce ejemplos de giros antes desconocidos para él, pero que la inteligencia mayor de los dialectos le hace ahora perfectamente inteligibles. No se extiende mucho en este punto, por la amplitud con que ha tratado otros, y por la premura del tiempo. Se me permitirá por el interes del público decir, que en punto a lenguaje vasco, la adquisión de su léxico y giros era relativamente muy reciente. No importa que en tiempos relativamente remotos colaborase en publicaciones, y que en su libro incluya alguna poesía de aquella época. Cuando le conocí como “Xabier de Lizardi” fué en la polémica que se suscitó con ocasión de “La Prensa o las escuelas” contra el muy apreciable prosista “Arriola”, que después ha escrito en “Euzkadi” con el pseudónimo de “Erron”. Entonces, el desconocido “Lizardi” me hizo la impresión de un “euskaldun berri”, aunque por su cierta soltura me hacía dudar de mi sospecha. Desde entonces acá, son perfectamente demostrables hasta las fechas en que adoptó la mayoría de todos y cada uno de los más hermosos y recónditos giros del idioma, según iba leyendo a los escritores de más nota, recortando, subrayando y asimilándose así solo en cinco años todos los adelantos de expresión de nuestra hace poco abandonada lengua. Hemos hallado en sus papeles un recorte de un artículo euskérico del año 1928, en que hay nada menos que cuarenta subrayados, cosas que para él eran aún nuevas. Esta rápida adquisición es algo menos asombroso que sus facultades artísticas; pero no es cosa corriente. El, sin mendigar ni un pensamiento de nadie —era pensador original— se valía de expresiones ya salidas a la luz pública que eran del tesoro común de la lengua. Escritores que llevan muchos más años haciendo ese trabajo, pues todos vamos estudiándonos y formándonos unos a otros, están muy lejos de haber llegado a la posesión del dominio del lenguaje que llegó “Lizardi”. Aún en el estilo, se perfeccionó mucho en su postrera breve etapa. Su correspondencia particular puede dar mucha luz en esta materia. De su nueva amistad de cinco años, —tan reciente como profunda era— de nuestra correspondencia epistolar bastante activa en ese tiempo, solo conservo —no me maldiga el lector— cuatro cartas, referente a un punto interesante de la historia literaria que redundará en gloria suya, pero que no es oportuno revelar hoy. Muchas gratas impresiones e instructivas para los escritores incipientes conservo de nuestras conversaciones particulares, todas ellas de materia literaria. Si no me falla la memoria y hallo tiempo para ordenarlas, serán del dominio público una vez que yo muera. Porque de “Lizardi” se ha de hablar muchos años después.

Mientras tanto, sin salir del estupor general que mencionaba el distinguido Mourlane Michelena, a quien los dos debemos juicios halagüeños, y sin acertar a convencerme de que ha faltado entre nosotros, lamento personalmente no ya la muerte del literato y del amigo, sino del sesudo consejero, fenacísimo y religiosímo guardador de secretos que ya estoy echando de menos.

Vaya dicho en general para los críticos. Señores críticos, por amor a la probidad literaria, tómense la pequeña molestia de citar trabajos ajenos acerca del asunto que traten, sobre todo si se valen de ellos, copiando, extractando, traduciendo.

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