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El poeta José Maria de Agirre / (Liburu zehatzik ez)

El poeta José Maria de Agirre Aitzol / Yakintza, 1933-06

“Xabier de Lizardi”

Si hubiéramos de seleccionar a los renacentistas euskeldunes que fuesen como jalones del progreso literario del euskera, escogeríamos a los siguientes: A Bernardo de Etxepare, a Sabino de Arana y Goiri y a Xabier de Lizardi. Y con este seudónimo hemos de conocer, en este trabajo, al entrañable amigo José María de Agirre, ya que tan encariñado se hallaba con él. Y tanto, que en la última carta que de Agirre recibimos, no sólo nos encarecía, sino que nos ordenaba que todos sus trabajos literarios en euskera aparecieran siempre con la firma de “Xabier de Lizardi”.

Cada uno de estos nombres, Etxepare, Arana-Goiri y Lizardi, señalan en la literatura vasca la iniciación de una época. Epoca de esbozo, de anhelo, de iniciación individualista la de Etxepare. El estudio de este periodo lo hemos iniciado en estas páginas y en ellas lo iremos ampliando. Epoca de efectivo resurgimiento de las letras vascas, el abierto por Sabino de Arana y Goiri. El actual relativo florecimiento, solamente florescencia todavía, aunque vistosa y prometedora y en la que se apuntan ya señales inequivocas de frutos sazonados, se debe al esfuerzo literario de Arana y Goiri. Merced a él, y a gala tienen declararse seguidores del poeta de Abando la mayoría de los prosistas y vates más significados, se ha logrado despertar la inquietud artística en el grupo, cada vez más numeroso de cultivadores del idioma nacional. No es nuestro propósito detenernos a examinar el desarrollo de este período, ni enumerar tan siquiera las obras y autores pertenecientes al mismo. Finalmente, de entre los discípulos de Arana y Goiri ha surgido un nuevo valor literario.

Así se declara él mismo en una de sus poesías -“Gure Mintzo”- al manifestar que al patriota de Abando debió el hallazgo de su lengua nacional.

“Il zaarki, bizi dugun gizona!
Egunoro berpiz lurpean dagona!
Bezat onets aren izena,
aberriz ta mintzoz gu yantziarena.”

Aunque no ha podido perfilar en todos los detalles un nuevo período literario, sí lo ha planteado y esbozado con trazos suficientemente destacados para advertir, por mediano observador que se sea de las letras vascas, que la poderosa inteligencia y el gusto estético depuradísimo de Xabier de Lizardi ha abierto un cauce novísimo al porvenir artístico del idioma racial. Por ello debe ser considerado Lizardi como el renovador y más afortunado adaptador del euskera a la corriente del pensamiento moderno. Esta ha sido su suprema aspiración. De ello trataremos. De este tema y de sus otros dos aspectos de euskeltzale actuante y poeta. Así, pues, para nosotros Xabier de Lizardi ha sido el euskeltzale infatigable fomentador de nuestro idioma en el terreno de la acción, el poeta cumbre de la literatura vasca y el renovador audaz e inteligente del euskera.

El hombre. Su muerte

José María de Agirre había nacido en Zarauz el 18 de abril de 1896. Ha muerto, pues, sin haber cumplido los 37 años.

En la encantadora villa costeña y en Tolosa, en donde se instaló su familia en 1906, cursó sus estudios de segunda enseñanza. Como libre, también, estudió la carrera de leyes, que terminó en 1917 en la Universidad Central de Madrid.

Contrajo matrimonio en 1923 con doña Francisca de Eizagirre. Desde hace años venía desempeñando el importante cargo de gerente de la fábrica de Telas Metálicas “Perot”.

Su juventud dejó en Tolosa el recuerdo de estudiante serio y aplicado. Como hombre se grangeó en Tolosa el afecto universal por su bondad y discreción. Su profunda vida cristiana daba la sensación de católico que practicaba sus deberes movido por una intensiva reflexión. No fue practicante ni por rutina ni por sentimentalismo, sino por un convencimiento firme e inquebrantable.

Hasta los operarios de la fábrica le confesaron no solamente respeto admirativo, sino sincero cariño. Ellos, turnándose, quisieron como última prueba de afecto transportar su cadáver. En las actuales circunstancias es esto bien elocuente.

A las tres y media de la tarde del domingo 12 de marzo de 1933 moría en su casa de Tolosa Xabier de Lizardi. Son contadas las muertes que han llegado a producir tan profunda emoción en la opinión pública de Euzkadi.En Tolosa una muchedumbre de amigos acompañó hasta el templo parroquial el cadaver de Lizardi. Muchos de ellos eran de Gipuzkoa y no pocos de Bizkaya y Nabarra. “La Voz de Nabarra”, “El Pueblo Vasco”, de Donostia, “La Gaceta” y sobre todo “Euzkadi” y “El Día” consagraron a la memoria del malogrado poeta artículos y sueltos estudiando la personalidad política y literaria, en euskera y castellano.

Muerte envidiable la de Lizardi. Llena de lucidez su vida hasta los últimos momentos de su agonía, que fue serena y dulce. Era él quien confortaba a sus familiares y amigos. Recio de espíritu se mostró siempre. No le faltó la presencia de ánimo al contemplar la muerte cara a cara. Nadie escuchó de sus labios, ni en los supremos momentos de su despedida definitiva, una sola palabra de desaliento.

Iba a morir. De ello estaba plenamente convencido el domingo. Como supremo anhelo condensó en una de sus frases lapidarias, parecida a sus versos llenos de robustez, un pensamiento de subidísimo sabor espiritual: “Otoitz egin, zerura nadin.” Ansia de un alma profundamente cristiana que aspiraba ardientemente, en aquella hora, a su felicidad eterna, confiado en la bondad de Dios: “Nik donokira nai det. Jauna erruki zakidaz”, seguía exclamando lánguidamente el gran enamorado del euskera.

– “Ene kutunoik, agur, on-onak izan…”, decía a sus hijos, a quienes despedía con un beso después de haberlos bendecido a la antigua usanza vasca. “Zerura arte…”, así emplazaba a su esposa para el futuro encuentro. Era una vida que se iba. Su madre le ayudaba en el instante crítico: “Seme, esan Jesús…” Y Lizardi respondía por última vez: “Yosu, Yosu, Yosu…”

El había cantado, en cierta ocasión, la grandeza de esta despedida. Con esa su frase en nuestros labios le recordamos, bien a menudo y con serena evocación:

“Agur, Lizardi. Egun-Aundirarte.”

Euskaltzale infatigable

Al terminar sus estudios de bachiller había olvidado, casi en absoluto,el euskera. Cuántas veces se lo habíamos escuchado en el seno de nuestra íntima e inquebrantable amistad. A esas confianzas de amigo nos iremos remitiendo para esbozar la figura renacetista de Xabier de Lizardi.

Al empezar su carrera de leyes inició sus estudios en el euskera. No se contentó con un teórico conocimiento de su idioma nacional. Escribió en una de sus últimas poesías que desde niño sintió en sí el anhelo de cantar. Así fue, en efecto. Apenas pudo desenvolverse suficientemente en euskera, inició su vida de poeta. Ofreció sus primicias, el año 1916, a la revista “Euzko-Deya”, que por aquel entonces editaba en Bilbao “Juventud Vasca”. De aquella su primera época apenas recogió ninguna poesía para su admirable colección de “Biotz-Begietan”.

Sin embargo, en un cuaderno tituado “Ropavegero”, de una de las varias carpetas en las que cuidadosamente ordenados ha dejado Lizardi sus trabajos, hay poesías, notas, anécdotas, dibujos y cuantos frutos de sus primeros afanes de literato. Era a la sazón colaborador poético-gráfico de “Euzko-Deya”. Este cuaderno lleva la fecha del 30 de marzo de 1916.

Ha transcurrido un año. El tiempo suficiente para llenar las páginas del primer cuaderno. Sobre ellas ha trabajado infatigablemente el joven escritor utilizando el euskera y el castellano para cultivar sus cualidades literarias. El 18 de mayo de 1917 empieza un nuevo cuaderno. Lo titula “Naste-Borraste”. Todo lo que en él escribe es ya en euskera. No hay tampoco un solo dibujo. Contiene solo poesías y trabajos en prosa; el esfuerzo total de varios meses, quizá de varios años de paciente aplicación. Así se forjó, paulatinamente, el gran escritor. No como alguno a creído repentina y bruscamente.

La Dictadura del general Primo de Rivera había detenido injusta y brutalmente el progreso del renacimiento euskeldun. Se necesitaron varios años para que el pueblo vasco reaccionara dentro del margen legal angustioso y asfixiador. Por fin, hacia el año 1926 se inició un pequeño movimiento en Gipuzkoa. Difuso, interminado al principio. Promover el fomento del euskera, ésa era la aspiración de aquellos euskeltzales. La primera fiesta se celebró en Elgoibar en 1926. Al año siguiente en Motrico. El mes de setiembre de este mismo año tuvo lugar, con vivo entusiasmo, el “Día del Euskera”. En él tuvo su cuna la Sociedad “Euskaltzaleak”. Nacía en plena Dictadura.

La aparición de “Euskaltzaleak” volvió a reanimar los espíritus decaídos. ¿Que camino debía emprenderse para vigorizar el euskera? ¿Ganar a los niños o fomentar la prensa euskeldun? Entonces salió al campo de acción José María de Agirre usando, por primera vez, su seudónimo de Xabier de Lizardi. El mes de octubre inició una campaña de prensa, en euskera y en erdera, sobre acción euskerística, que explanó en diez artículos. Surgió la polémica. Y Lizardi concibió la idea de crear un diario euskérico. Puso su inteligencia y su actividad al servicio de esta iniciativa. Hizo estudios detallados sobre el nuevo diario, editó un número especimen; escribió artículos y conferencias para crear ambiente; proyectó presupuestos; ideó una encuesta; recabó colaboraciones y, por fin, en el Cursillo de Verano de la Sociedad de Estudios Vascos pronunció dos conferencias sobre este tema.

Convertido ya en cerebro y alma del movimiento renacentista, organizó las recordadas fiestas literarias euskeldunes de Andoain en honor de Larramendi y fue uno de los más eficaces colaboradores del día de la Poesía Vasca de Rentería, del Niño euskeldun, en Segura, del Euskera de Bergara…

En esta época se desarrolló la actividad de Lizardi. Cuento en la colección de sus artículos hasta noventa escritos en euskera sobre prensa, poesía, escuela, teatro e infancia. Otros tantos, o más, son los escritos y publicados en erdera sobre idénicas materias. Varios de estos fueron los que fomentaron y contribuyeron a la creación del “Premio Kirikiño”, que él, por fin, organizó definitivamente. Merced a su esfuerzo es hoy este certamen una institución permanente.

Su nutrida correspondencia, clasificada en varias carpetas con el nombre de “Eskutitzak”, es una documentación inapreciable para esta época del renacimiento euskeldun. Y casi todas estas cartas, las por él escritas y recibidas, están en su casi totalidad redactadas en euskera.

Esta actividad, encauzada a vigorizar el idioma vasco, le valió el ser conocido y querido por el pueblo gipuzkoano, sobre todo por la masa nacionalista. Por esta razón, sin duda, apenas reorganizado el Partido Nacionalista Vasco, en el cual militó siempre, fue desigando secretario del Gipuzkoa Buru Batzar.

Sin embargo, a partir de esta fecha, más que la actividad política, que no le seducía, se consagró preferentemente al cultivo de la poesía y se entregó de lleno a su aspiración idolatrada, a la de renovar la savia vital del euskera.

Hacia la cumbre de la poesía euskeldun

Apenas adentrado en el conocimiento del euskera, quiso dar en su idioma racial rienda suelta a sus inquietudes de poeta. May joven se sintió herido por el ardor de la inspiración. En la última poesía de su colección “Biotz-Begietan” titulada “Gure Mintzo” nos revela, con encantadora novedad, cómo en el seno recóndito del alma encontró veneros de inspiración.
Antes había utilizado en “Euzko-Deya”, “Euzkadi”, etc., los seudónimos de “Zarautz’tar Sabin” y “Samaiko-Zulo”.

“Nerekin yayo nun abesmiña,
ta aurtandik min ori dut izan samiña…
Kanta nai, nai alper; mintzoa
peitu, miñak bear-eztigai gozoa!”

Con él, al nacer, nacióle también el ansia de cantar y desde niño ese anhelo fue para él inseparable. Intentaba cantar, más era en vano. Faltábale el lenitivo que su inspiración pedía; no podía plasmar sus ideas en el idioma que había de ser ropaje de sus poesías. Quería cantar y faltábale la voz.

Pero alguien le enseño, refiérese a Sabino de Arana y Goiri, a quien dedica su poesía, que dentro de su alma vivía encerrado un prisionero. Descendió a la sima de su conciencia. En el cóncavo fondo de una mazmorra halló, semejante a un cadaver, a una bella mujer pálida y desangrada. Ante aquella visión una exclamación, impregnada de invocaciones a los espíritus misteriosos de la raza, queda tallada en una estrofa. Llevado del sentimiento se acerca a la prisionera, la conforta, la acaricia. Trémulo de emoción -dice el poeta-, la abraza y acercando su rostro hacia ella, al lanzar su aliento, advierte que en su boca resuena una canción:

“Ezpañak dardar, lepo-zañak ler
bearrean, muinki dut estu nere eder
besoetan, ta atsa, yaurtiki:
ta ura bai, egin zan aoan abesti!”

Son los desposorios del poeta con su patria. Y ésta, como presente de su enlace, le ofrece los primores de su lengua nacional para que en ella cante.

Primorosa composición, originalísima por su forma y por la idea, sobria y discretísimamente expuesta y en la que huye de todo tópico patriótico manido y de todo sentimentalismo convencional.

El patriotismo vasco, por lo tanto, hizo manifestarse poeta al que había nacido con vocación irresistible para serlo.

Hacia sus veinte años, Xabier de Lizardi da comienzo a su vida de poeta. Como tal aparece en la revista, varias veces mencionada, “Euzko Deya”.

No ha sido Lizardi prolífico y fecundo. Más bien ha pecado de parco y comedido. Severo consigo mismo, tenía como lema de su actuación literaria el buscar la perfección en sus producciones. Era cuidadísimo en la forma y lenguaje de sus versos y se afanaba, constantemente, por hallar conceptos nuevos y originales para las ideas que deseaba expresar. Jamás sacrificó ni la perfección de la forma ni la novedad de la idea al deseo de ser tenido por fecundo y pródigo creador de poesías. Prefirió ser, siempre, selecto. Con este criterio eligió las poesías que debían figurar en su magnífico librito “Biotz-Begietan”. En él solo dio cabida a veintiún poesías. Tuvo, con todo, sumo cuidado en ir escogiendo las que a lo largo de sus diecisiete años de poeta constituyen el nexo y la ligazón de su vida artística. Son sus poesías, escrupulosamente, selectas.

Si hubiéramos de diferenciar dos épocas en la vida literaria de Xabier de Lizardi serían aquellas que anteceden y que siguen a la creación del Día de la Poesía Vasca por la Sociedad “Euskaltzaleak”. A esta institución se debe, en gran parte, el actual renacer de la poesía vasca. Nuestros valores poéticos, disgregados y sin estímulo alguno, no rendían, ni con mucho, lo que de ellos había derecho a esperar.

Don Luis de Jauregi había publicado su primer tomo de poesías titulado “Biozkadak”. Fue muy favorablemente acogido por la crítica. Se hizo, impensadamente, un favorable ambiente en favor de la poesía vasca. Coincidió por aquellos días la celebración del clásico dia ferial donostiarra de Santo Tomás. Reunímonos un grupo de amigos euskeltzales. Entre ellos se hallaba Lizardi. En la conversación surgió la idea de organizar un homenaje a Jauregi, en Rentería. Para estimular la poesía vasca se acordó celebrar un certamen. El premio de honor sería algo simbólicamente vasco. Un ramo de roble en plata.

Al primer certamen del año 1930 acudió Lizardi con tres poesías, que figuran en “Biotz-begietan”. Eran éstas. “Paris’ko txolarrea”, “Agur” y “Otartxo utsa”.

A partir de la celebración del primer Día de la Poesía Vasca la actividad de Lizardi se acentuó. Para el siguiente, que había de celebrar en Tolosa en honor de Emeterio de Arrese, creó su obra cumbre que le ha valido el ser consagrado como el más esclarecido de los poetas vascos: “Urte-giroak ene begian”.

Dejadas, desde entonces, a un lado otras preocupaciones, como la de acción euskerista, la de la política y la de las colaboraciones castellanas en varios periódicos, se consagró con marcado interés a la poesía. Su primer afán fue el de seleccionar las poesías que había de publicar en “Biotz-begietan”, corrigiendo y puliendo las escritas en fechas anteriores. Editado este librito, concibió la idea de escribir un poema que encabezó con el título de “Maite”. Llevaba ya unas veinte hojas repletas de versos, mas por desgracia ni siquiera el primer canto se halla terminado. El principio de este poema es exquisito y admirable. A esta composición poética pertenecía la poesía “Gazte’ren esnatzea”, que publicamos en las páginas de “Yakintza”. Mas no es nuestro propósito tratar de este trabajo de Lizardi, ni de otros que, quizás, en breve puedan ver la luz pública.

Para aquilatar y justipreciar la personalidad poética de Lizardi es suficiente su colección de poesías “Biotz-begietan”. Hay en ella composiciones de matiz diferenciador que permiten perfilar concretamente la fisonomía literaria del poeta zarauztarra. Jocosa y humorística “Oia”; dulces y sentidas “Xabiertxo’ren eriotza” y “Otartxo utsa”; elegía plena de dolor “Biotzean min dut”; saturada de fibra poética, cuajada de imágenes magníficas, de recia y rancia contextura de galano lenguaje es su obra maestra “Urte-giroak ene begian”; llenas de optimismo viril, sin empalagosas invocaciones, sobrias pero expresivas las que podemos llamar sus cuatro poesías patrióticas.

Estas nos parecen las más afortunadas y, desde luego, las que más destacan por su belleza. No es que a las demás las descalifiquemos, ni mucho menos, pero sí nos parecen algo inferiores a las que dejamos mencionadas.

Lacónica y sentenciosamente escribió él mismo el primer juicio crítico sobre su obra, en cuatro versos tallados a cincel:

“Biotz-begietan zatzaidate sortu:
biotzeanago batzuk; besteak
betsein-betseiñotan… Biotz-gabe ta itsu,
nork, izan ere, bil olerti loreak?”

Corazón y ojos necesita el poeta para recoger flores de poesía. Flores que brotan en el mismo corazón y en las niñas de los ojos. Y las que así le brotaron a Lizardi, las ordenó en su librito.

Se dice que el vasco no es sentimentalista. Es parco para expresar sus más íntimos sentimientos. No por eso deja el euskaldun se sentir muy honda e intensamente. Fue preocupación de Lizardi el imprimir a sus poesías la idiosincrasia del espíritu vasco. Por esta razón, apenas en ella se deja paso al sentimentalismo. Sí, hay en algunas intensidad en el dolor y en el amor. Pero es dolor del que no llora y es amor del que apenas suspira. Debido a esto puede decirse que en la poesía de Lizardi domina la fantasía y el pensamiento reflexivo sonre el sentimiento.

Parco ha sido también el vasco en sus palabras. Por lo mismo el genio del euskera tiende de por sí al laconismo en la expresión; densidad en el pensamiento, sobriedad en la forma. De esta faceta psicológica del alma vasca hizo Lizardi norma de su poesía. Usa el poeta las palabras precisas, pero hace que ellas sean las más apropiadas, las más adecuadas. Es el poeta del laconismo en la forma y de la densidad en el pensamiento y en la imagen.

Rara vez se entretiene Xabier de Lizardi en divagar. Con su brevedad persigue la concreción. Es, también, el vate de lo definido. Pero no sólo es detallista, sino algo más, mucho más. Sabe dar personalidad propia y definida a los asunto que crea imprimiéndoles una individualidad artística inconfundible. Y del bosque, de la sombra, de la juventud, de la primavera va creando, con su potente imaginación, personalidades que tendrán para siempre en la literatura vasca vida y color.

Lizardi ama el paisaje, idolatra a la Naturaleza. A ésta y a aquel intuye con una mirada intensiva extraordinaria. Y una vez así captados por su potencia visual, los transforma su fantasía, con tal mágica virtud que los restituye a la vida del arte con un impresionante colorido, movimiento y viveza. Cuanto más y mejor se intuya, más y mejor artista se es. Y Lizardi era un hombre que percibía y captaba a la naturaleza y al paisaje con un dinamismo certero. He aquí por qué su obra maestra ha resultado la descripción de las estaciones del año.

Ha escrito B. de Croce, el gran ensayista italiano, que “el conocimiento intuitivo es el conocimiento expresivo”, al estudiar la influencia decisiva que la intuición ejerce sobre el artista. Recostado sobre la hierba en la falda del monte Urkizu, al borde del manzanal de Muttitegi, Xabier de Lizardi intuía la Naturaleza con mirada ávida y acerada. Si la inclemencia del tiempo no le permitía este reposo, vagaba por los alrededores escudriñando con su ojos los tesoros de arte encerrados en la humilde flor de árgoma, en el nido del zarzal, en los brotes del haya joven de la vereda, en el manzano blanco de flores, como copos de nieve inmovilizados en el aire, en el fresal en flor, en la pradera del trébol semejante a una muchedumbre de cantantes báquicos, en la zarzamora del camino abrasado, donde sólo el lagarto parecía impasible al sudor, en las lacias flores del otoño, en las que las mariposas de ajadas alas saboreaban el néctar…

¡Cuánto amaba al pequeño manzanal del bosque!

“Ene begiok, ez so besterik:
bide-ertz onetan nadin eseri,
iri begira sagastia…
Sagasti gazte, sagasti zuri,
inguma atsegintoki iduri,
elurte arian geldia!”

¡A nada más miréis, ojos!… Siénteme al borde del camino, y contémplete a ti, manzanal… Manzanal blanco y nuevo, que semejas paraíso de mariposas, o nevada inmóvil en el espacio.

Cuentan que el prior del Convento de las Gracias se escandalizaba al ver que Leonardo, absorto e inmovil durante días enteros ante el “Cenáculo”, permanecía ocioso con el pincel en la mano. Así Lizardi, ante el paisaje que a su vista se ofrecía, contemplaba el espectáculo de la naturaleza. Lo absorbía después con tal fuerza de asimilación que lo volcaba en sus versos con una intensidad de colorido, viveza y emoción que pasma y maravilla. Se ha dicho de Miguel Angel que “pintaba con el cerebro, no con las manos”. Algo parecido pudiéramos decir, también, de las asombrosas descripciones de Lizardi; “describe con el cerebro, no con la pluma”.

Su obra consagrada, las últimas poesías y algunas enteriores las escribió en el manzanal de Muttitegi. En su poesía premiada y en alguna otra nos ha dejado descrito el paisaje que contemplaba. Cansado de las arduas jornadas de su dificil trabajo de dirección de la empresa en que se hallaba, se refugiaba en ese pequeño bosque, que era su refrigerio; “Lenetan ez bezin ausia, natza”.

Agradecido al descanso que en el bosque hallaba, lo ha inmortalizado en ese misterioso y soberano personaje que ha creado, definitivamente, en “Baso-itzal”, con tan magistrales pinceladas y cuya figura esbozó en “Neskatx urdin-yantzia”. Gustaba de dar una originalísima personalidad a sus sensaciones artísticas, y así nos dió a conocer, por ejemplo, a la primavera presentándonos como a doncella vestida de azul y cuyas carnes han sido amasadas de nieblas mañaneras de mayo y sangre de fresa:

“Mamia du nasian
oretua, iñolaz,
Loreil-laño goiztar ta
marrubi odolaz”.

Pero de cuantos recursos usa Lizardi para adornar y embellecer sus poesías no se encuentra ni uno solo que no sea algo que deje de ser familiar al euskeldun. Todos los motivos de sus comparaciones e imágenes son concretos, definidos y al alcance de la vista de quien pasea por los montes y valles vascos. Desterró toda la petulante fraseología de los zafiros, perlas de Ormuz, corales de Capri, esmeraldas y rubíes…, magnificencias, sin duda, pero que no despiertan en las imaginaciones vascas sensaciones de belleza. Pero escogió todo aquello que, siendo peculiar del paisaje vasco, pudiera provocar la emoción artística en el alma euskeldun.

Mas si Lizardi es un formidable paisajista y descritor maravilloso, no es solamente un impresionista. En cada descripción, en cada pincelada surge el pensador, el poeta a quien acompaña la idea espiritualista. En cada una de las Estaciones del “Urte-giroak” hay pensamientos adecuado, indicados con laconismo y viveza, pero la emoción de la idea resplandece sobre todo en las humanísimas consideraciones del otoño y el declinar de la vida del hombre.

“Oi zen dan ituna
bera bear au!
Nik ez nai eguna
biurtzerik gau!”

Con estas palabras inicia la serie de emotivos pensamientos que se intensifican en la apropiación que de ellos hace a cada estación del año.

Imaginación y pensamiento predominan en la obra poética de Lizardi. Pero también el sentimiento tiene en ella una parte no despreciable. Aparece el motivo afectivo, sobrio, conforme al carácter general de su poesía y profundo en las dos bellísimas poesías “Xabiertxo’ren eriotza” y “Biotzean min dut”. Contraste, aquella, entre el dolor y la resignación cristiana; entre la separación del hijo fallecido y el consuelo de creerlo ángel del paraíso. Muerte acaecida en una noche de Nochebuena. Y ante el cadaver del niño cantan los pequeños rondadores del “Gabon” que llevan los “nacimientos”, cuyas lucecillas rojas iluminan el rostro del angelito yacente… ¡Qué consideraciones de cariñosa resignación dirige el poeta a su esposa!

Elegía, llena de amargura, la poesía “Biotzean min dut”, cuyo sólo título es un maravilloso acierto de expresión. Constantemente en esta poesía un estribillo, de armonía imitativa, va como con pasos graves y acompasados de funeral impregnando de duelo toda la composición. Mientras Lizardi transporta, con otros nietos, sobre sus hombros el cadaver de su abuela, en cada estrofa desgrana un pensamiento profundo sobre la brevedad de la vida y trémulo de emoción da paso a sus sentimientos de amor a medida que avanza el fúnebre cortejo. La estrofa de la final despedida es admirable.

A nadie que conociera el genio, algún tanto burlón y satírico de Lizardi extrañará que nos haya dejado una muestra encantadora de su genio humorístico en “Oia” y en “Paris’ko txolarrea” y en incisos y versos diseminados en otras poesías.

Las preocupaciones patrióticas las plasmó, de la más nueva de las maneras y con inusitadas comparaciones e imágenes, en sus cuatro últimas poesías. Hay bastantes composiciones de este género patriótico en el elenco de la poesía vasca. Pero ninguna que tenga el corte y la original concepción que a las suyas imprimió Lizardi.

Lizardi, como poeta, quiso, y a nuestro entender lo logró, abrir los caminos a una poesía indígena, de características peculiares, huyendo de universalismos convencionales e inexpresivos. Crear, conforme al genio el euskera y según las exigencias imperiosas de nuestro idioma, la concisión en la forma y en el concepto, la sobriedad en la expresión de imágenes y símiles, pero con viveza y energía, utilizando como elementos de belleza cosas y realidades indígenas del campo, de la vida y del espíritu netamente vasco. En una palabra, quiso hacer no poesía en euskera, sino poesía neta y exclusivamente eskeldun según los cánones más ortodoxos del alma vasca; crear una legítima y castiza manifestación del arte propiamente euskeldun.

El renovador del euskera

El pensamiento de Xabier de Lizardi como renacentista aparece claramente expuesto en la poesía “Eusko bidaztiarena”. Ahí está declarado su programa de renovador.

Unamuno había maltratado al euskera, por aquel entonces, en el Congreso español. Para rebatir sus afirmaciones publicamos nosotros el folleto “La Muerte del Euskera”. Lizardi, para demostrar con un argumento incontrovertible la adaptabilidad del euskera para expresar cualquier manifestación del pensamiento moderno, publicó la poesía “Canción del viajero vasco”. Poesía de gran elegancia espiritual, con dejos de humorismo finísimo y delicadeza de exquisitos pensamientos.

Esta poesía recuerda aquella famosa del primer renacentista, Bernardo de Etxepare, en la que invitara al euskera, dado por primera vez a las prensas hace cuatro siglos, a mostrarse jubilosa ante el mundo. A su semejanza, también, Lizardi requiere a su idioma patrio, a quien llama blanca esposa de su entendimiento, a que olvidando el rústico atavío de muestre orgullosa como lengua apta para expresar subidísimos conceptos universalistas. En una de sus estrofas se halla como condensado éste su ideal:

“Baña nik, izkuntza larrekoa,
nai aunat ere noranaikoa:
yakite egoak igoa;
soña zar, berri gogoa:
azal orizta, muin betirakoa”.

“Pero yo, habla campestre, quiérote también para todo; que las alas del saber te eleven; viejo el cuerpo, nuevo el espíritu; bajo la piel amarilla, fibra de eternidad”.

Y esto en Lizardi no fue solamente bello ideal de poeta, sino acción constante de renacentista. Hizo un serio examen de la especial psicología del idioma vasco. Estudió concienzudamente, hasta en sus más mínimos detalles, las características peculiares de la expresión genuinamente euskeldun y se decidió a injertarlas en la poesía y en la prosa de sus escritos.

La amplificación, la exhuberancia de expresiones, eran sin duda alguna influencia de las lenguas latinas. Y tendió a la brevedad, a la concisión. Y no solamente en la expresión de las ideas, procurando la supresión de verbos y palabras, recurriendo al “suplet”, o sea, a la forma supletoria, en todo aquello que diera vigor a la forma y no oscureciera la frase, sino que adoptó el criterio de simplificar las mismas palabras y los verbos, quitando a aquéllas, en muchas ocasiones, la determinante “a” y la terminación a éstos de la forma verbal.

Con todo ello quiso dar una cierta impresión de arcaísmo, pero no por restablecer moldes viejos, sino porque creyó que por ese camino se iba directamente a imprimir al euskera su peculiar genio sintético y expresivo. He aquí por qué dijo “viejo de cuerpo, nuevo el espíritu; bajo la piel amarilla, fibra de eternidad”. Pero estos viejos resortes, algún tanto enmohecidos por el desuso, habían de adquirir en sus manos una ductibilidad extraordinaria. Habían de servirle las más rancias expresiones, así suenan al menos en los buenos oídos euskeldunes las frases de Lizardi para manifestar los más audaces y modernos conceptos y fantasías.

Crear un dialecto central literario fue, también, una de sus aspiraciones. Sentía una especial predilección por el labortano. Aproximar hacia éste el gipuzkoano fue su ideal. ¿Quizás porque es el labortano El Díalecto central del euskera? Sin duda. Poco a poco iba extrayendo de los escritores y del habla corriente labortana frases y expresiones que después, merced a él, se han infiltrado en el gipuzkoano y en el bizkaino inclusive. Más de una vez nos recomendó ciertas expresiones castizas del labortano para imprimir en nuestros discursos más sabor euskeldun a nuestra dicción. Todo ello se advierte con leer ligeramente la prosa y las poesías de Lizardi.

El lenguaje mismo de Lizardi es una de sus más primorosas poesías. Tanto como la belleza de las imágenes cautiva el primor de su lenguaje. “El lenguaje es siempre poesía”, afirma B. Croce, y comentándolo escribe Unamuno: “Exactísimo que la primera obra de arte es la lengua, que nos da el mundo intuitivo. Y una lengua se compone de metáforas y de símbolos. La palabra es siempre metáfora y siempre símbolo. Mas la verdadera obra de arte es el lenguaje vivo.”

Este lenguaje vivo quiso restaurar Xabier de Lizardi. El lenguaje vivo que latía en las entrañas escondidas de nuestro idioma. El lenguaje -escribe el mismo Croce hablando del Dante- no solamente produce impresión ocular, de pintura, sino que llega a causarnos sensaciones variadísimas, merced a los aciertos de expresión. Eso encontramos en las expresiones de Lizardi. Así son las anotadas por “Orixe”. Pinceladas felicísimas son, por ejemplo, “kabiagai-lor”, “carga de materiales para construir el nido”; “itxaron-kabi”, “nido de esperanza, y numerosas más que pudieran citarse, mientras otras son sensaciones que no son para percibirlas por la visión, sino por otras potencias. Así, v.g., “urrundu bearka”, “impulso hacia la lejanía”; “bidazti-nai” (sombra) “acogedora del caminante”. Otras veces esas frases, formadas conforme al genio gramatical inagotable del euskera o por la acertada aportación de epítetos, indican admirablemente estados diversos del alma. Con el sufijo “bera” llega a reflejar estos estados con gran precisión “amets-bera”, “soñador”; “beltz-ikusbera”, “pesimista”, mientras que con el sustantivo “gose” crea tan encantador epíteto como “eder-gose”, “hambriento de belleza”…

No ha podido terminar su obra renovadora. Cuando la había iniciado, Dios se ha complacido en arrebatárnoslo. Pero en los escritores y poetas euskeldunes la influencia de Lizardi es ya notoria, a pesar de su recentísima labor innovadora. Con todo deja marcado un sendero lo suficientemente claro y despejado para que otros lo lleven a feliz término.

Ningún escritor, ni antiguo ni contemporaneo, ejercerá la influencia que Lizardi sobre los futuros literatos y poetas. Tales son las innovaciones por él introducidas que contribuirán poderosamente a remover la savia adormecida del euskera.

Lizardi, ya que la brevedad de su actuación literaria no se lo permitió en vida, llegará a formar una escuela peculiar en el futuro. Se entreveen las características de la misma.

No ha habido tiempo suficiente para estudiar detenidamente las nuevas direcciones marcadas por el poeta zarauztarra. Los estudios venideros que sobre él se hagan llegarán a formar cánones consagrados de la expresión vasca de la belleza. Las orientaciones impresas por Lizardi permitirán concretar fórmulas estéticas de puro sabor euskeldun.

El sencillo monumento que se erija en el manzanar de Muttitegi, en las estribaciones del Ernio, donde el poeta creara sus bellas concepciones poéticas, será un manantial fecundo de enseñanzas para las jóvenes generaciones de artistas, literatos y poetas que deseen elevar al euskera a la categoría de idioma creador del arte.

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