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El poeta Juan de Arana / (Liburu zehatzik ez)

El poeta Juan de Arana José de Ariztimuño / Yakintza, 1933-08

“Bedoña’tar Jokin”

Tras la desgracia irreparable, para las letras vascas, de la muerte del eximio poeta José María de Agirre —“Lizardi”—, acaba la Providencia de arrebatarnos a otro muy joven y notable vate, el estudiante capuchino Juan de Arana, según el mundo, y conocido en la vida religiosa por Joaquín de Bedoña, y en el de la literatura euskeldun por el sobrenombre poético de “Loramendi”.

No habíamos aún tenido tiempo para reflexionar sobre el alcance funestísimo para la poesía y la literatura euskeldun de la desaparición de “Lizardi”, cuando a los pocos días nos sorprende, avanzada ya la noche, la nueva amarga del fallecimiento de otro gran amigo y de otro nuevo destello de la poesía vasca. El día 24 de marzo, a los doce días exactos del fallecimiento de Lizardi, moría en Donostia, en víspera de ser consagrado ministro de Dios, nuestro poeta “Loramendi”.

Al recordar esta doble, y por lo tanto más acerba pérdida para nuestro renacimiento cultural, viénensenos a la memoria los versos que Loramendi dedicara a un íntimo amigo en su hora fatal, en una delicada poesía. “Otoi, Adiskide”.

“Ill intzan, ill i ere…! Eraman induten…
Ire itzlak, ordea, ni baitan dik lurmen…
Eta abia bai intzan
laño ta eurite…
Beste alde ortan
bai alduk aterpe…?
“Ta aingeru batek itaz bai zidak gaur esan
nigandik aldartzean noruntza jo uan…
Otoi, adizkide,
otoi, nere alde…!”

“También tu has muerto. También a ti te han llevado. Tu sombra halla en mi interior tierra donde ser sepultada. Empezaste a caminar bajo la lluvia, envuelto entre nubes. ¿Ahí, en la ultratumba, has hallado cobijo?… Hoy un ángel me ha hablado de ti, indicándome a donde te has dirigido luego que me dejaste… Amigo, ruega, ruega por mí”.

Murió “Loramendi” y, como su compañero “Lizardi”, lo enterraron humildísimamente en el cementerio donostiarra. Pero su recuerdo vivirá en los anales de la literatura vasca, donde los frutos tempranísimos de su inspiración fogosa serán recogidos por los amantes de nuestras letras.

Murió cuando apenas había comenzado a caminar por el sendero del renacimiento vasco; cuando apenas la vida se abría ante él como campo de apostolado y como jardín, en el que debía cuidar flores de poesía. “Loramendi”, campo de flores, quiso llamarse a sí mismo el poeta, porque, sin duda, se sentía como fecundada tierra ansiosa de hacer florecer brotes de belleza al conjuro de aquel su idioma, que vivía inquieto en su corazón y punzaba los recónditos denos de su fantasía.

Murió como pudiera morir un ángel, sonriente, plácido, sin muestra casi de solor físico alguno. Rodeado de su padre, familiares y religiosos, en las horas de su tranquila agonía solo hablaba para expresar sus vehementes deseos se verse pronto en el cielo: “Zerura nijoa. Zerutik lagunduko dizutet: zuei, euskerari, aberriari…” Voy al cielo. Desde allí os ayudaré a todos, también al euskera y a mi patria…

Al abrazar, por última vez, a su padre le ruega diga a su madre que no llore, porque se dirige al cielo. Sus últimas palabras son para recomendar que se hable constantemente de la Madre de Dios: “Ama Mariatzaz itz egin nekerik gabe…” Muere, como “Lizardi” con palabras de fe en los labios, palabras pronunciadas en euskera, al que tanto amaron.

Pastorcillo, religioso, poeta

Había nacido el 27 de enero de 1907 en el caserío de “Mendibitsu”, en la aldea de Bedoña del valle de Leintz (Léniz). De allí mismo, no lejos del caserío natal de “Loramendi”, descendía el gran teólogo tomista P. Basañez, confesor de Sta. Teresa, en el “basetxe” de “Artazubiaga”.

El futuro poeta llevó la vida que llevan los zagales de nuestros caseríos. Cuidaba, algunas veces, los hatos de ganado, otras llevaba la comida a los “gizones” que en las apartadas laderas de los montes segaban la hierba, o hacía los recados encomendados por las “etxekoandres”.

Cierto día iba con el cántaro a la fuente. En el preciso momento en que junto al manantial llenaba de agua su cantimplora, vio llegar junto a sí a un capuchino de luengas barbas que por los contornos caminaba en busca de vocaciones religiosas. Dos muchachos acompañaban al religioso. Los dos se dirigían a la escuela seráfica de Alsasua.

Muy al alma debió hablar el capuchino al zagal de “Mendibitsu”, porque en el acto tomó la resolución de acompañarlo. También Juantxo quería ser religioso. Y esa ingenua llamada, tan parecida a las que Jesús hiciera a sus discipulos, fue siempre leal, con la más escrupulosa de las fidelidades.

Dura y desabrida debió ser la iniciación de sus estudios humanísticos. Ignoraba el castellano y esto, forzosamente, era para él un obstáculo de consideración. Sin embargo, su clara inteligencia llegó bien pronto a dominar el español y a adrentarse con provecho en el conocimiento de las lenguas clásicas. Y con tanto empeño se entregó a este estudio que llegó a relegar al euskera y a olvidarse de él. Visitábale, en cierta ocasión un hermano suyo que ignoraba el castellano. Todo el afán de “Loramendi” era conversar con él en erdera. Tan encariñado llegó a estar con la lengua extraña.

Pero no tardó en rectificar su camino y a dedicarse de lleno al estudio de su lengua nacional. La dominó y sujetó a su capricho, y de tal modo que en ella supo moldear su briosa y fogosa inspiración llena de fantásticas concepciones y de símiles y comparaciones frondosas.

Es en el año 1929 cuando inicia su vida de poeta. Sus composiciones, desde esta fecha, las publica en la benemérita revista capuchina euskeldun, llamada “Zeruko Argia”, creada y dirigida por el prestigioso escritor y orador, miembro de la Academia Vasca, P. Dámaso de Intza, que antes de ahora animara, desde las páginas de su publicación, a otro poeta tan notable como Luis de Jauregi.

Estudiante de humanidades, en el convento de Sangüesa tradujo al euskera el “Stabat Mater”. Fue su primera composición poética. Cursando sus estudios filosóficos en Ondarribia en 1927, se dedicó con verdadero afán, al ejercicio de versificar. Sus primeras poesías son, como cuadra un incipiente, de escaso mérito. No revelan, ciertamente, ni esos ejercicios ni las poesías posteriores al poeta que más tarde había de surgir.

La inspiración de “Loramendi” a mi entender y siguiendo el curso de sus composiciones, no se reveló repentinamente. Puede decirse que corrieron parejas en él la perfección del lenguaje y del verso con las manifestaciones de su genio poético.

La soltura y facilidad que en sus versos se advierte se explica sabiendo que hubo períodos en los cuales diariamente se dedicaba a escribir en verso. Este ejercicio, tan mecánico, debió operar en él una funesta influencia, ya que abandonó la selección de asuntos, y no se esmeró en el cultivo de un mayor depurado gusto artístico.

Examinando las poesías publicadas en “Zeru’ko Argia”, en la que, sin duda, veían la luz sus mejores producciones, se advierte que por muchas de ellas no hubiera adquirido el renombre de poeta. Abundan entre esas poesías las de una tonalidad imprecisa, de versos aceptables, pero que dan solamente la sensación de un poeta discreto. Nada hay que denote a un artista de inspiración elevada. Apenas alguna que otra merece los honores de una crítica francamente elogiosa. Esas sí, revelan al poeta que en su alma encerraba “Loramendi”.

Una austera juventud, consagrada a un intenso estudio y a la penitencia solamente, le permitió hallar como objetos de su inspiración la belleza religiosa. Pero es ésta tan subida y de tan dificil acceso que no se presta dócil a los requiebros de una inspiración juvenil y tímida. Es la poesía mística la que más secretos tesoros encierra para los poetas y a cuyos alcázares han conseguido llegar muy pocos predestinados.

Mas andaría equivocado quien creyera que “Loramendi” rayaba en lo vulgar o pedestre. Si en su comienzo, como incipiente que era, no se elevó a subidísimas regiones, sin embrago supo revestir a casi todas sus composiciones de un gusto discreto y agradable. Y en algunas de sus poesías, y muy especialmente en la premiada en el III Día de la Poesía Vasca, celebrado en Ernani, se advierte, sin género de duda, al poeta que supo vislumbrar, percibir y expresar maravillosamente los destellos de la belleza mística.

No dispuso, ciertamente, de sobrados medios para depurar su gusto literario, ni maestros que le sirvieran de guía en la poesía vasca. De los poetas nacionales conoció a Emeterio Arrese, Jauregi y Lizardi. Cada uno de ellos influyó, más o menos, en su espíritu, y huellas, aunque no muy marcadas de cada uno de ellos, pueden hallarse en las poesías de “Loramendi”. Sin embargo, más parecido que con Lizardi y Arrese, guarda con Jauregi en varias de sus composiciones y aun en el caracter general de su tendencia poética. Coppe, Selgas y Gabriel y Galán fueron, de entre los extraños, los más familiares a “Loramendi”. En la amplificación de las concepciones poéticas y en el cadencioso y ampuloso ritmo de los versos del poeta capuchino bien pudiera advertirse la predilección que sentía por el vate salmantino. Sonoros, como los versos de Gabriel y Galán, son los últimamente compuestos por “Loramendi”.

Hemos de citar, aunque muy brevemente, las poesías que entre las publicadas en “Zeruko Argia”, merecen ser destacadas. Dos de entre las pequeñas, más recientemente publicadas, son encantadoras; las que llevan por título “Onatx, Erletxoak” y “Antzerkia”. Dos comparaciones, vulgares en poesía, de la abeja y la flor, y la del ruiseñor y la luna, son en esta última, bellísimamente traídas para saber de secretos coloquios y amores con la Virgen; mientras en la primera, la picadura de una abeja en los labios del Niño Jesús sírvele de motivo para una fantasía primorosa.

“Landaretxo ameslari!” encierra en sí una encantadora idea, expresada con acierto en la primera parte y, sobre todo, cuando el tallo florido, engreído de hermosura, exclama:

“Zama joriaz landaretxoak
landaretxoak amets dagi:
-Edertasunak jabetzen naute,
lorategiko nagusi ni”.

Si la segunda parte fuera digna de la primera, y no estuviera velada con cierta oscuridad, sería completa y perfecta.

Dulzura y originalidad hay en la poesía “Noletan gero?”, dedicada al Buen Pastor. Pero posee una originalidad ingenua e infantil que la hace muy agradable.

Un hecho de las Florecillas de San Francisco sirve de argumento a “Maitasuna ez da maitasuna”. Es digna de ser mencionada por la descripción, llena de viveza, de la congoja del tordo, que impotente contempla como la serpiente, introducida en su nido, pretende ahogar a sus hijuelos.

“Guztiz ederra” es la poesía donde la fantasía de “Loramendi” se inicia con cierta pretensión. Es poesía lírica y romántica. Del “Tota Pulchra”, con cuya tradición algo libre termina, súrgenle ideas encantadoras entrelazadas en un diálogo entre el alma y el ángel de la guarda, precedidas de un prólogo de tonos de un romanticismo de buen gusto.

A la luz de la luna, “Illargitara”, sale el poeta para sorprender los reflejos del astro de la noche sobre el mar, y advierte sorprendido cómo la mortecina luz ilumina el seno de las aguas, poniendo de manifiesto sus maravillas. Esto evoca en el poeta la idea de la pureza y de la maternidad de la Virgen y la proclama “Pulchra ut luna…”, hermosa como la luna. Ni esta invocación, ni aquella comparación son originales del poeta, pero sin embargo hay algo de novedad y sugestivo encanto en la composición para nosotros de las más meritorias de “Loramendi”.

Una golondrina amiga hace su nido en la misma ventana del joven capuchino. Canta su mutua amistad y muy encantadoramente, por cierto. Ni durante el crudo invierno le abandona. Mas la heladora noche congeló el nido. Junto al nido está la golondrina quietecita…, mas estaba helada. Tiernos sentimientos los de “Enada beltza!…”, expresados con delicadeza y sentimientos comedidos.

De entre la veintena de poesías publicadas en “Zeru’ko Argia”, estas son las que más matices y bellezas encierran y son como la manifestación de la inspiración del joven religioso.

Trasponiendo el umbral de la poesía

Los certámenes poéticos, organizados por la Sociedad Euskaltzaleak, influyeron decisivamente en la vida literaria de “Loramendi”. Indiscutiblemente, sus dos mejores poesías son las que presentara a los certámenes de 1931, celebrado en Tolosa, y al de 1932, que tuvo lugar en la villa de Ernani.

Aquella titulada “Arrantzalien arrats otoitza” mereció ser publicada en la colección de poesías escogidas del segundo tomo, y la otra, “Barruntza leioan”, la que fue digna del premio de honor del Día de la Poesía Vasca de Ernani.

Estas dos sí que le confieren de lleno a “Loramendi” el título de poeta.

“Arrantzalien arrats otoitza” es un canto animoso y entusiasta al pescador vasco. Canta la energía de su brazo, su intrepidez y valor, pero canta, sobre todo, su espíritu religioso. Es una especie de pequeño poema intensamente lírico. En él complacióse el poeta en derramar raudales de fantasía. Pocas poesías habrá en euskera donde la fantasía haya jugado tanto. Alguien podrá decir que denota esta composición al poeta novel por el afán impetuoso del verso sonoro, cuajado de imaginación exuberante. Pero ello no implica censura alguna para el artista que acaba de cumplir algo más de los veinte años.

Dividido el pequeño poema en varias partes, diestramente combinadas y que guardan entre sí una perfecta unidad, está precedida por una invocación al númen poético de corte quizá algo anticuado. La acción del pescador, esbozada solamente, sírvale para dar unidad al conjunto y, sobre todo, como ocasión para galanas y brillantes descripciones. Escojamos al azar una de ellas, como muestra de las pinceladas llenas de viveza.

“Mendi txuntxurruak baño arago,
zeinbat jeixten dan, ainbat gorago
belarte biak
zorrotz josiak
euzki zarraren aizken izpiak
arrano beltza edari dago”.

“Más allá de las crestas de la montaña, el águila de negras alas se cierne elevándose y clavando sus lucientes pupilas en el viejo sol, que descienden y absorbe a raudales sus últimos rayos.”

Es, al parecer, esta poesía la impresión que el mar y la vida de los pescadores produjo en “Loramendi” durante su estancia de estudiante en Ondarrabia. Revela ella, desde luego, al joven que con mirada de artista intuyó al mar y al patriota vasco que supo querer al “arrantzale”, cuyos peculiares instrumentos y terminología llegó a conocer. Su ardiente vasquismo le llevó a terminar este diminuto poema con una invocación ardiente a la Virgen para que se dignara velar por Euskalerria. Esta misma preocupación patriótica se advierte en otra poesía, llena de sentimiento, en la que Jesús, desde la cruz, ante el temor de que Euzkadi le abandone, dirígele amorosos ruegos para que persevere en la fe de sus padres. Se llama esta poesía “Espak”.

Muy superior al canto delicado a los pescadores es su poesía “Barruntza leyoan”, que mereció ser premiada en el III Certamen del Día de la Poesía Vasca.

Es esta poesía premiada especialmente mística, así como la anterior era totalmente lírica. “Arrantzalien arrats otoitza” es lo que brota en el alma de “Loramendi” al conjuro del paisaje y del misterio del mar, donde a brazo partido lucha el “arrantzale” vasco. Y “Barruntza leyoan” es el canto interior del alma al conocer al amado. Todo lo que esta poesía refleja es interior, atañe a los más recónditos y ocultos senos de su conciencia. Todo es espiritual. Pero lo espiritual está reconcentrado dentro del alma del poeta que sólo piensa en sí al verse querido por aquel a quien ama.

Es realmente la poesía digna de un jóven seráficamnete enamorado de su Dios. A éste habla con sinceras ansias de enamorado el religioso poeta. El espíritu de San Francisco de Asís late en toda la composición, pero revestido de imágenes y símiles que no oscurecen en nada el nervio de la poesía, sino que sirven para dar a entender, con nitidez, las manifestaciones amorosas del alma a su Dios, que ilumina las lobregueces de su interior, de tal manera que el lodo y la miseria se truecan en hermosura, en luz y encanto hasta florecer el mismo corazón y los mismos huesos:

“Oro det izpi, oro det lore, oro det kanta,
ene gogoak ikusi baitu aldaketa!…
Gela ontara ene maitea sar ezkeroztik
biotz ezurrak bai dute naiko loraketa.”

Pero antes de llegar a esa explosión de amor místico manda el poeta, en la iniciación de su poesía, que todo canto de lucha cese y que todo ruido se apague para reconcentrarse en su interior.

Renunciamos a extractar las ideas de esta exaltación mística, porque en cada estrofa hallamos tantas ideas y tantas bellezas, en forma de imágenes y compraciones, que dudamos poder con ello dar una idea aproximada de la poesía. La profusión de bellísmas manifestaciones al amado son tantas y se suceden con tal rapidez que, aunque a primera vista pueden dar la impresión de falta de unidad, ésta existe en una gradual amplificación de los motivos que impulsan al poeta a cantar las ternuras del alma enamorada.

Ciega el alma a las voces interiores, desconoce a Aquel que es su enamorado, hasta que por fin abre las puertas de su espíritu y queda asombrado al acogerlo en su seno. Ya nada quiere saber de lo que fuera sucede. Se contenta sólo con cantar su mutuo amor. Canto que a pesar de sus múltiples estrofas no decae en un solo momento del impulso brillante y de la altura imaginativa con los que lo inicia.

Es ésta la obra cumbre de “Loramendi”. No hubiera sido, ciertamente, ella su poesía definitva si Dios se hubiera complacido en retenerlo entre nosotros. De su inspiración, que en las últimas poesías se demostró radiante, fogosa e impulsiva, en contraposición a las de sus comienzos, en las que su numen fue modesto, tímido y sin colorido, cabía esperar frutos maduros y óptimos. Los progresos de la poesía de “Loramendi” eran sorprendentes.

Ultimamente hablamos de “Lizardi”. El poeta “Loramendi” era contrapuesto a “Lizardi”. Los caminos por ambos emprendidos, si no opuestos, eran muy diversos. “Lizardi”, de fibra recia, de pensamientos profundos pero brevemente expuestos, de imágenes selectísimas y destacadamente colocadas con laconismo impresionante, daba la sensación del hombre que sujeta su inspiración al pensamiento. “Loramendi”, por el contrario, daba rienda suelta a su imaginación y en versos sonoros y amplificatorios desahogaba las fogosidades de su juvenil inspiración.

Sin embargo, también “Loramendi” manejaba diestramente el euskera. No con la ciencia y el secreto manejo de “Lizardi”, que llegó a bucear en las entrañas del idioma, pero sí con naturalidad y denotaban una desenvoltura singular en el uso de la lengua racial. Amigo de las elegancias del verbo sintético, con él daba un caracter de distinción a sus versos, amén de su variádisima lexicología.

Esperanza fecunda, se nos ha agostado “Loramendi” a los comienzos de su primavera literaria. Cuando apenas había emprendido con decisión el camino de la poesía. Su nombre, con todo, está ya para siempre escrito en los anales literarios del euskera.

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