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Bide barrijak / Lauaxeta / Verdes Atxirika, 1931

Por la senda de la poesía erótica Aitzol / Euzkadi, 1932-02-06

(Ni Laura ni Beatriz)

Petrarca es considerado como el poeta del amor por excelencia. Dante, como el vate que más dignificó y elevó el amor de una mujer. A Petrarca siempre nos lo imaginamos con Laura al lado. Al Dante, acompañado de Beatriz. Dante, en sus Canciones, en su narración poética Vida nueva, poema de amor juvenil, cantó su amor a Beatriz. Y si en La divina comedia inventó los horrores del infierno para castigar a sus enemigos, ideó la excelsa belleza de un cielo para entronizar a esa mujer amada. Petrarca dedicó sus Ritmas y varios pequeños poemas a ensalzar su amor a Laura. En ellos derramó con asombrosa fecundidad juegos de ingenio y de finísima sutileza.

Sin embargo, los críticos debaten aún sobre si el amor del Dante fué un amor abstracto o si el de Petrarca fué un amor platónico. Citas, descripciones e indicaciones recogidas de sus poesías para precisar la concreción de esos amores son puestas sobre el tapete por los sabios.

En plano más modesto, quizás, tambien debatirán despues nuestros críticos sobre las poesías amatorias de “Lauaxeta”. Creo es éste el punto preferido de todo crítico literario en cuanto se tercia el amor con cierta intensidad en la producción literaria de algún poeta de valía.

Casi la totalidad de las poesías de “Lauaxeta”, lleva ese sello de lo erótico. Veámoslo. Recorramos la gama variadísima del amor a través de sus versos.

Un joven enfermo que ha libado hasta las heces el amor exclama viéndose vencido: “Lar gozatu baitut bixitzaren guna”. Otro, joven también, lucha entre la vida y la muerte y ve aproximarse a ésta sin haber sido regalado por el amor. Descripción ésta de una lucha psicológica fuerte y bella. Pregunta el enamorado si le aman, inquisición poética ciertamente, y el poeta le recomienda ausculte su propio corazón. La luna y la nieve tejen una misteriosa respuesta sobre la frente de la mujer a quien pregunta el poeta si le ama. Entrega la joven idolatrada el “rojo clavel” a un rival, y el pretendiente exclama con generosa hermosura: “… ernia zala neure negarrez bustita”. Hay pesimismo en otra poesía, como en el amor hay ponzoña y dolor en panal. Hay más arte y dignidad en la de la estrella que dalata un amor traidor. Tráele el irrintzi lejano ecos de amor. La impaciencia de un enamorado importuna al carpintero a terminar el lecho nupcial, mientras pretende detener el paso de la muerte: contraste en el que se encierran quilates de pura poesía. Y la muerte, que jamás se detiene, aparece en una pequeña elegía desgarrando el día luminoso de la boda, y, en otra, es ella misma la que sepulta al amor en tétrico ataud.

Y ese amor, de tan fecundos matices, adquiere otros, más encantadores aún, en el “Llantos de las flores” …flores llenas de amoroso sentimiento hacia la joven que por ellas perdiera la vida en las plácidas aguas del río. Amor que hace gemir a la fuente de claras aguas porque en su seno no relevo el cariño de otra flor…

La inspiración del autor eleva, a veces, ese cariño y esa ternura hasta las gradas del heroísmo, para simbolizarlo en una madre que canta a su hijito ante el cadaver de su esposo… Otras lo deposita ante la “Virgen de la ermita”. Vuélvenle los desengaños a Dios para clamar con sincera sencillez: “Zeu, Jauna, naiko alai neu erabilteko”.

Bien se echa de ver, por este rápido recorrido, que no es al amor concreto y personal al que canta o fustiga. La elevada misión del amor obliga al poeta a mirar por su pureza castigando la deslealtad: reviste de nobleza al vencido en la justa de amor; envuelve de meláncolico ropaje al joven que muere ante el umbral de la vida: muestra su dolor ante el cariño de los recién desposados, que la muerte rompe: admira, la grandeza de la pobre viuda y canta, canta a menudo, el amor del joven enamorado…

Expresión evidente de esta tendencia psicológica es la poesía “Maitale kutuna”. En ella, su joven autor manifiesta su sentimentalismo erótico. No va, al parecer, tras ningún amor personal, pero se ve claramente que le atormenta el deseo de ser querido y de amar. Ha sido esto el tormento de su corazón, como suele serlo el de muchos jóvenes, sobre todos de los dotados de riqueza de puros sentimientos. Su innata sinceridad le ha obligado a plasmar, en versos, los diversos estados del alma. Quizá las pinceladas vigorosas, expresivas y sentidas del joven moribundo y sus reflexiones son de un sentido filosófico bien profundo y reveladoras de íntimos pensamientos propios.

Con la misma sinceridad, con la que deje entrever los emotivos sentimientos de su alma, exclama en una de sus poesías:

“Pozez danai begira sortzen yat lilura
“Eta maitasun egoz banua zerura”

“Cuando contemplo alborozado la naturaleza, mi alma vuela al cielo impulsada por las alas del amor”.

Así es, en efecto. Todo es puro y candoroso en las poesías de “Lauaxeta”. Ciertas metáforas parecerán a alguno atrevidas, pero bien se advierte por el contexto que nada hay en ellas de reprobable. Dante, y Petrarca sobre todo, impulsados por el neopaganismo, no supieron mantener sus alas inmaculadas siempre. Ese es el escollo del vate erótico. Nunca, sin embargo, podrá decirse eso de Urkiaga.

No queremos negar que alguna vez tienen sus poesías dejos sentimentalistas. Más en la expresión de las frases, y por la insistencia de algunos calificativos, que por los conceptos. Este sentimentalismo es, a mi juicio, el tributo que el joven poeta paga a al escuela parnasiana francesa, aunque con fortuna y suerte se haya en lo demás librado de su influencia, que hubiera sido funesta.

“Lauaxeta” es melancólico. El mismo reproche mereció Jauregi. ¿Es esto un defecto para los poetas? Dicen que el joven, y el poeta joven, es propicio a esta suave tristeza. Al tratar de la melancolía de Lord Byron dice su crítico Macaulay: “Para las gentes que no conocen las calamidades verdaderas, nada es tan grato como la dulce melancolía, ese pálido y suave reflejo del dolor, aurora o crepúsculo del propio suyo”. Ni el dolor es un defecto en el artista ni la melancolía lo es en el poeta. Quizá el poeta esencialmente melancólico es el Dante, y no fué esto óbice para que inmortalizara su nombre, cancelando toda su obra en una hondísima tristeza. Dice de él el gran ensayista inglés antes mencionado: “No hay una obra más profunda y universalmente triste que La divina comedia: la melancolía de Dante no era un capricho”.

La obra poética-erótica tiene en “Lauaxeta” una gran unidad. El amor ha venido en ella a ser el problema sobre el cual gira, en gran parte la existencia. Es como el porqué de la vida.

Este filosófico porqué, en la segunda parte de su obra cambia de rumbo y toma una orientación más científica quizá, pero también menos poética. La madurez del pensamiento, la serena quietud del sentimiento, la aportación de nuevos materiales estéticos ofrecerán a “Lauaxeta” ocasión propicia para crear magníficas obras sin salirse del género erótico.

En la primera parte de su obra, el poeta canta expontáneamente. En la segunda se ve la voz de la reflexión, la lógica entreteniendo los versos. Ha ganado en profundidad, en seriedad, si se quiere, pero para mí ha perdido en belleza. Sus cortas poesías eróticas tienen un encanto personal lleno de galanura, sorpresa y encanto. No juzguen de ellas por las traducciones castellanas. Podrán estas ser más flexibles en castellano —lo que ocurre no sólo en las traducciones de “Lauaxeta”, sino en todas las que se hayan hecho con cuidado— por la mayor preparación de esta lengua para el lenguaje poético, pero no llegan a dar la sensación de la íntima emoción que el euskera tiene.

Ya con la actual obra poética se ha llenado un vacío en la literatura euskaldun. Tenemos ya nuestro poeta erótico. En ésta ha ganado “Lauaxeta”, hoy por hoy, el supremo galardón. Veremos si es capaz de abrir nuevos rumbos a nuestra poesía patria.

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