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Bide barrijak / Lauaxeta / Verdes Atxirika, 1931
El poeta del amor Aitzol / Euzkadi, 1932-02-03
(Amor y poesía)
Han terciado en el terreno de la crítica tres poetas. Poetas que se han convertido en críticos. Ni severos ni cortesanos. Pero sí corteses y sinceros.
“Orixe”, “Lizardi” y Jauregi han opinado públicamente sobre el poeta “Lauaxeta”. De ninguno de ellos temí que, poseídos de baja emulación, pudieran cercenar las almas del alma inspirada de “Lauxeta”. Pero si creí, que arrastrados por su específica vocación poética, no enjuiciaran en amplitud el problema de la crítica. Era justificado mi recelo. No por ellos, mas porque el artista tiende por interna inclinación a preferir el género literario que como poeta intuye primero y crea después.
Me equivoqué. Me alegro de mi yerro. Late la sinceridad en sus pareceres. Son ellos casi paralelos. Fundamentalmente idénticos.
Cosa extraña; tres temperamentos poéticos tan distintos tienen las mismas preferencias estéticas en la obra de “Lauaxeta”, “Orixe”, que, cual ninguno jamás, siente y expresa las más peculiares e íntimas manifestaciones del alma popular euskaldun, mezcla de Píndaro y Anacreonte de nuestra poesía; el paisajista, serenamente melancólico, del espíritu gipuzkoano, esencialmente lírico, con dejos de romanticismo exótico, Jauregi y “Lizardi”, el poeta audaz, el de los rudos contrastes de rayos calcinantes y sombras vivificadoras, el explorador del genuino concepto vasco y de la forma atrevidamente moderna, han coincidido al juzgar a su compañero.
Sería temerario enfrentarse con su parecer. Mas ni aunque no fuera hubiera de apartarme de ellos. En lo esencial, por lo menos. Sobre todo, en la mayoría de los juicios acerca de cada una de las poesías.
Sin embargo, al esbozar la semblanza psicológica de “Lauaxeta”, quizá me aparte de alguno de ellos. Mas recordemos los versos clásicos de Ariosto, tan traídos y llevados al tratar de la crítica literaria:
“Vari sono degli uomin gli appetiti,
A chi piace la cappa, a chi la spada,
A chi li patrii, a chi estranei lili”.
A algunos place la capa, la espada a otros; a unos la tierra extraña, los patrios lares a otros. No es idéntico el gusto de los hombres.
Selecciona “Lizardi” con tino las poesías amatorias. Son también las que yo elijo. A pesar del poco contenido, amigo “Lizardi”. Quizá por eso. Son así, descarnadas, más aptas para la idea estética y una apta preparación para “el pensamiento final, hondo e inesperado”. Estas y otras, y “Maitale Kutuna” sobre todo, la por todos preferida, son el reflejo de una inquietud.
Por todas ellas se consagra el poeta en una categoría ni superada ni igualada y casi desconocida en la poesía culta euskaldun: en la de poeta erótico. La poesía amatoria popular vasca es muy superior a la cultivada por nuestros vates. A mí, francamente, las de “Bilintx”, Baroja, Iztueta, etc… me parecen artificiosas, frías, pobres de concepto, rastreras de forma. Algunos de los poetas labortanos me parecen más aceptables.
Pero con todo, nuestra poesía erótica era raquítica, enclenque. Nadie, hasta el presente, había ascendido hasta la mansión augusta de Eros. Vibraron los acentos elegíacos en la lira robusta de Arrese ta Beitia; las pírricas, de guerrero triunfo y resurrección, en Arana y Goiri; las bucólicas, en la del campesino Elizanburu; las religiosas, en las del piadoso Zaldubi; las dulces de la amistad, del recuerdo y del paisaje, en las de Emeterio de Arrese…; pero nadie había tañido su estro para invocar la protección del dios Eros.
¿Es que los poetas no han sentido en tierra vasca la hermosura del amor? No ha inspirado éste, por lo menos, su numen. Decir otro tanto de la raza euskaldun sería imperdonable ligereza. Nuestra poesía popular está repleta de encantadoras poesías eróticas. Rica, exubernate, florida es la poesía amatoria popular.
¿Ha habido reparo por cultivar este género de poesía? No lo creeemos. Bien elocuente es el ejemplo de Dechepare, a quien si no le acompañó la suerte como poeta no le inquietaron gran cosa los linderos de la discrección. Ha faltado el genio audaz y creador que, obedeciendo a secretas voces interiores, cultivara el idilio, el madrigal y la balada, manifestaciones de la poesía erótica.
Sin embargo, ha existido y existe una secreta aversión por la poesía amatoria. ¿Es que no puede ésta discurrir por los cauces de lo bello y de lo honesto?
Admirablemente la defiende el poeta italiano Angelo Poliziano:
“Amore et onestate e gentilezza
A chi misura bien sono una cosa…
Con qui non ha si dolce passione
Scusa non fo, che non ha gentil core…”
La poesía italiana ha cantado cual ninguna otra al amor. A éste consagró no pocos de sus célebres sonetos el Dante y cantó sus alabanzas el brioso Ariosto. Petrarca entronizó la poesía erótica. De este escribió el crítico inglés Macaulay: “Tiene el mérito de ser el primer poeta amoroso que apareció desde la gran perturbación que cambió, no sólo el estado político, sino moral del mundo…”
No concebir la poesía amorosa sino a través de un morboso sentimentalismo debe atribuirse a ruindad de espíritu. Sin degenerar, pude mantenerse en un terreno de elevación estética y moral. Bien lo adviete el poeta Guinicelli:
“Foco d’amore in gentil cor s’aprende
como virtute in pietra preziosa.”
De esa elevación de sentimiento, de esa gentileza de corazón, de esa medida de dulce passione et onestate, de esa riqueza y caudal de belleza están repletas las poesías amatorias de “Lauaxeta”.
Al amor, a la patria y a Dios —nos manifiesta “Lauaxeta” en su advertencia final— han consagrado su numen los poetas. “El celo religioso —dice a este propósito Macaulay en su estudio del Dante—, el amor y la libertad democrática de los pueblos han ejercido siempre influencia sobre las grandes colectividades y sus cantores”.
El amor hizo presa en la inspiración juvenil de “Lauaxeta”. Supo de tal manera Eros tejer su red, que apenas ha acertado a salir de sus mallas el joven poeta. Aun cuando la inspiración, al emprender su vuelo, parece dirigirse hacia otros horizontes, volverá su vista, en ansias no disimuladas, hacía el alcázar del amor.
Mas, ¡cuánta variedad de formas, cuánta diversidad de emociones, qué distintos matices le inspira la esperanza de un bien soñado y no logrado! Esta primera parte de su producción literaria es fruto de una inquietud. De una inquietud espiritual, de un febril deseo de felicidad que no acaba de posarse sobre el cuerpo de ninguna terrena criatura.
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