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La misión de los críticos / (Liburu zehatzik ez)

La misión de los críticos T. Garbizu / Euzkadi, 1932-10-09

Unos pocos escritores y propagandistas actúan de árbitros en el campo de toda manifestación literaria vasca.

Si no son más que ellos los que mayor cultura poseen en este sentido y, por lo tanto, son los más capaces para juzgar debidamente las cosas, no es extraño que aparezcan con frecuencia sus firmas con variaciones sobre el mismo tema.

Dígase que el crítico no se encuentra solo en esa tarea desgradable, sobre todo para espíritus imparciales. Antes de hacer públicas sus manifestaciones suele haber, por lo general, un intercambio de impresiones, y con esa confianza descubren su opinión que, aunque parezca particular, muchas veces no es así.

Y eso sí; debe ser imparcial un crítico, sobre todo en los momentos en que su opinión ha de ser definitiva, porque si no ocurre a veces que por no saber contenerse al impulso vehemente de las primeras impresiones, pierde la crítica de interés y acierto antes de mucho tiempo y los conceptos adquieren un matiz anticuado, cuando no un contraste formidable entre el poeta y lo que se ha dicho de él.

Así como he dicho poeta podía decir en su lugar músico o cualquier otra cosa, siendo así que que en todos los sentidos del arte no es dificil notar cierto predominio de favoritismo y atenciones particulares por parte de los críticos en la manera de emitir los juicios.

Son actos de medro personal del que todos más o menos debemos de acusar si queremos ser sinceros.

Tanto repetir los conceptos, sin embargo, y buscar cualquier motivo de exhibicionismo sin miedo ni reparo alguno de que las opiniones han de trascender al público, cansa un poco a los lectores y, sobre todo, hacen dudar de la fidelidad de las observaciones que hace el articulista.

Hubo, recuerdo muy bien, un período en el que se debatía con mucho acaloramiento la nueva modalidad de algunos escritores y poetas que se llaman modernos. En el debate intervinieron firmas autorizadas, como “Euskaldun bat”, “Barrensoro”, “Larreko”, “Lizardi” y algunos otros en un plano quizá disimulado, pero más modesto.

Por fín, de alguna manera se dió remate a la polémica, con las palabras cordiales y simpáticas del bueno de “Lizardi”, que dijo que no quería que se le nombrara más para nada “ez onerako eta ez txarrerako”; es decir, ni para elogiar ni para censurar.

“Orixe”, ilustre escritor y conocedor de los diversos giros de nuestro idioma, el traductor de “Mirei”, acierto que para mí no es fácil de imitar, continúa esta temporada haciendo la crítica de los más destacados poetas que han tomado parte en los concursos anuales de la fiesta de la poesía vasca.

Labor interesante como difícil a veces y, sobre todo, de mucha utilidad para la nueva orientación de la poesía vasca y aun para el engrandecimiento de nuestro idioma.

No cabe duda: de aquí en adelante habrá más crítica, y aunque dado el caracter nuestro, ha de reinar más o menos beligerancia para con los más débiles y que sienten grandes conatos para encaminar sus pasos por la senda del arte, se nos ha de exigir mucho más de lo que que se nos ha exigido hasta ahora, porque cada vez va tomando más incremento la vida renacentista del país y el arte, la literatura y nuestro folklore cada día va conquistando nuestro terreno hasta llegar a la cumbre de una categoría superior. Todo ello sin quitar el sabor a lo netamente vasco; solo varía la forma.

Ahí está el txistu; de una prenda simbólica que era, se ha convertido en un instrumento de música moderna.

Ved lo que importa hoy en día un concurso de aurreskularis y el esfuerzo que supone la preparación de una obra impuesta por el Tribunal. Hoy ya no actúan como “juglares”, sino como artistas, si bien es verdad que el txistulari nunca ha sido “juglar”, pues no tocaba por ganar. Aquellas notas del “Iriyarena” y del “Zezen-susko”, que tanto éxito tenían el día de San Sebastián y el Carnaval, por lo que toca a la ciudad de Donostia, no tienen importancia bajo el punto de vista artístico ante las obras que se ejecutan hoy por el más humilde txistulari y que son de gran contextura estética con todos los recursos de la armonía y del contrapunto moderno.

Y con el material de las sencillas melodías vascas ha hecho el P. Donostia, por ejemplo una maravilla de arte en esos sus preludios vascos ricos de modulaciones y originales por su forma.

El material es el mismo; sólo cambia el desarrollo de ese material brillante de nuestras melodías. Por eso los himnos oficiales vascos arrancados del arsenal inagotable de nuestro cancionero vasco.

El hecho de ser nueva la composición no puede remediar el defecto del sello personal que le da el autor a su obra; y estos himnos que son para reaccionar a nuestras masas e imprimirlas el aliento y valor que necesita la raza, no pueden ser de tanto empuje ni mucho menos como la melodía popular.

Esta digresión se ajusta al contenido final de este escrito.

Puedo anticiparles si quieren el sentido verdadero de las frases, y es que al hablar de modernismo no se excluye lo esencial de la materia y el valor intrínseco de la tradición, como tampoco al decir “lagi-zarra” se entiende escuetamente el período de más o menos años, sino la necesidad del contexto y el espíritu del que está impregnado para adaptarlo a las circunstancias presentes. En una palabra, que todos, poetas, músicos o bien toda manifestación étnica, tengan su propia personalidad en el asunto de que se trata, pues no habrá personalidad si se escriben las poesías al amparo de la biblioteca de autores extraños.

Ahora que tampoco hemos de ser un criterio tan hermético que juzguemos se deba circunscribir la afición al esfuerzo individual, porque en ese caso las traducciones valdrían muy poca cosa. Además que el don de la asimilación es una de las buenas condiciones del artista, y sin leer a otro no pude haber asimilición.

Es esencialmente necesario que haya cambio de opiniones para que resulte la obra pulida después de un análisis escrupuloso; ahora que sin desmenuzar demasiado las cosa, porque en ese caso nadie se salva del naufragio, y defectos hemos de encontrar en todas las obras si, aparte del concepto general, nos empeñamos en sacar otras consecuencias de carácter experimental aplicando sin remedio el aparato microscópico a toda obra literaria.

Por lo demás, este conato, si se traduce en verdadero interés por el éxito del arte, entonces sirve la crítica para dar impulso al escritor. Pues hora es de que salgamos de aquella postura de indiferencia cuando no se dedicaban los autores a refinar sus producciones, en primer lugar por falta de apoyo y palabras de aliento, y después porque tampoco existía este pugilato, pues nadie quiere salir responsable de la severidad de la crítica.

No estoy conforme con los que creen que para ser poeta basta tener cultura; este tal puede ser, por ejemplo, un buen abogado.

Tampoco es cierto que para ser poeta hay que fijarse en la sencillez poniendo por condición la espontaneidad de algún rústico “baserritar”, como si este tuviera más probabilidades de ser poeta.

El culto debe tener algo del espíritu del “baserritar” para ser poeta vasco, y el rústico aldeano algo de cultura, a fin de que la ciencia y el sentimiento de la raza vayan unidos a la poesía.

A un autor se le ha llamado “El pastor poeta”, y necesitamos por lo mismo autores que sean poetas pastores.

Así también necesitamos mujeres médicos, pero también necesitamos médicos que sean mujeres; necesitamos emakumes abertzales, pero también abertzales que sean verdaderas emakumes, que sientan como madres y no como muchas madres de las artistas de Hollywood.

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