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Bide barrijak / Lauaxeta / Verdes Atxirika, 1931

Rumbos nuevos Lizardi / Euzkadi, 1931-12-30

Tengo en mis manos el libro de versos de Lauaxeta titulado “Bide barrijak”. Ese que, desde su valiente portada, parece azotarnos con yodo confortador disuelto en brisa, y querer embarcarnos a todos los enamorados del idioma racial para un viaje heroico por mares inhollados.

Aunque apenas he hecho tadavía sino gustar rápida y desordenadamente, al ciego azar electivo de los dedos, pocas piezas enteras y muchas estrofas sueltas del libro, siento impaciencia por adelantar mi primera impresión. No sea que, como alguna vez ha sucedido, el afán de desmenuzar a conciencia la obra, aleje de mí insensiblemente el momento oportuno para la crítica, heciéndome faltar a deberes de amistad y de admiración sinceramente sentidas; de este modo puédese demorar por unos días la rumia detenida; y aún su omisión —¡que Dios no lo permita!— resultaría más perdonable que el silencio absoluto. Prologo el libro con su absoluta galanura, el incansable Aitzol, generoso propulsor de toda actividad vasquista, con frecuencia preocupado en organizar homenajes de otros obreros del renacimiento cuanto que a él, capataz con toda la barba,, no se nos ocurre ofrecerle el que tan sobradamente tiene merecido. Y ya que ha de quedar constancia —inoportunamente disgresiva quizá—: perdónemelo el aludido del premio, no omitamos la mención de una advertencia con que el autor cierra el libro.

Noble advertencia, y jugosa; expresión sincera de los altos y solos fines que movieron a aquél a trabajar el idioma de su patria, y más concretamente a lanzar al público este libro, primero, de una larga carrera. Amén.

Por esa declaración se yo -pues mi forzosa inerudicción me vedara descubrirlo por propios medios- que Lauaxeta ha recorrido los prados floridos de otras literaturas, y asimilando en lo profundo del corazón pensamientos inspirados en estas lecturas, los ha hecho reflorecer, dotados de una nueva savia en el idioma amado. En ese idioma propio necesariamente único, que tiene el don maravilloso de hacer luchar épicamente y eficazmente contra la apisonadora formidable de la facilidad, de la conveniencia material, de la generalización a que dicen que la humanidad tiene en todos los medios, y en todos los órdenes.

Y es por eso, sin duda, por lo que el autor se declara sastisfecho con que se le tenga por buen patriota y declara no considerarse poeta; y metiéndose ya en el huerto sagrado de la libertad individual de sus amigos, demasía de que protestamos, nos pide que no le llamemos poeta.

Nuestra disconformidad con él en ese punto puede resumirse de este modo: Primero: nadie que hoy en día escriba puede privarse en absoluto de beber en ajenas fuentes, después de los dos mil y un años que el hombre lleva siendo un animal literato (Perdón, humanidad).

Segundo: esas mismas flores, aquí y allá cortadas, pueden recibir perfumes originales en el jardín interior a que las trasportó y en que amorosamente las regó el poeta (¡perdón Lauaxeta!) ¿es que el mismo hecho de entregarse a esa brega agobiadora de plegar un idioma semivirgen a la exigencia expresiva de altos pensamientos, y de entregarse a ella por la patria, sin otra ambición, no es ya por sí bastante para que al dictado del patriota añadamos, refiriéndonos a Lauaxeta, aquel otro que, con modestia inconveniente por lo excesiva, pretende el alejar de su persona?…¿O cree mi buen amigo que quien se aventura “soiñutsik ontzipuntan sakoneko lemazain, itsaso barne… zidor ezezagunen gain”, en expedición audaz lamantablemente loca para los Unamunos, a la conquista de nuestra Terranova literaria no es poeta nato, que a la vez tiene la obligación de seguir navegando poéticamente en bien de la patria, carece del derecho de prohibirnos a los demás que se lo llamemos?

Mire usted, Lauaxeta, y esto es ya algo confidencial, (cerciónese usted de que nadie nos escuche) yo comprendo su reparo, comprendo que se sienta usted un poco “lotsati” ante el dictado tan codiciadero para otros del poeta. Usted es vasco, y ese sentimiento de pudor contra todo lo que sea distinguirse, nabarmendu, del común democrático de las gentes, obedece al instinto natural de la raza, que aborrece todo lo istrionesco; bien que la regla no carece de excepciones. Pero esa cualidad en sí simpática, la exageramos a veces en términos que nos llevan a no dar a la propia obra ni a la de nuestros amigos la importancia que tiene realmente y que a la patria precisamente, conviene; y mucha menos de la que en otras partes le darían en circunstancias análogas a las nuestras.

Como usted sabe (aún me cuesta algún sonrojo el confesarlo, ya ve usted si le comprenderé), también yo tengo una endiablada propensión a medir conceptos y a casarlos por lo civil, mediante lazos, —léase consonantes— no pocas veces temerarios. Pues bien; acentuando la confidencia —sin otro objeto que añadir un poco de humor a mi monólogo— puedo decirle que jamás en momento que me dedicase a la famosa tarea, he sentido rumor de pasos que se acercaban, fueran de familiares o de cualquier otro ser humano, que no haya precipitadamente guardado mis papeles, o, si apremiaba el tiempo, colocara encima una carta comercial o una factura de efectos industriales, una revista financiera, cualquier pequeña cosa tan ruin y odiosa para un poeta como ésas, atento sólo al parecer muy lejos de ese alto muy florido campo donde es tan grato hacer de mariposa. Y, sin embargo, —esto sí que no nos lo tiene que escuchar nadie—, cuando un amigo benévolo me ha llamado poeta, créame usted ¡qué caramba! me he sentido íntimamente halagado.

Yo, pues, en el uso de mi honrada libertad de crítico improvisado y sin asomo de benevolencia, quiero llamar a usted, y le llamo poeta, y espero que usted me lo perdone.

— A tus zapatos, disgresivo impenitente- murmura el lector.

Vamos allá.

¿Cuál es la finalidad del libro, proclamada por el autor? ¿Qué se ha propuesto principalmente al componer sus poesías? Demostrar, nos dice, que en euskera pueden cristalizar todos los pensamientos. Sabido esto, no es inoportuno, creo yo, el orientar una parte a la labor de crítico por este lado.

Efectivamente, la lectura aún superficial e incompleta del libro da la impresión de un meritísimo esfuerzo por adaptar al euskera los conceptos difíciles, a las altas ideas cuya expresión creen monopolizar las lenguas llamadas cultivadas demasiado olvidadas de su rústico origen.

¿Consigue Lauaxeta sus propósitos?… Sí, frecuentemente. Pero es éste tan osado que, a veces, el pájaro, cuyas alas prometen aún crecer largamente, no alcanza el alto fruto almibarado —a juicio mío. Quiero decir— y conste nuevamente que ésta es una impresión de bulto, que un estudio más detenido podría hacerme rectificar que en ocasiones no llega a la entraña del idioma, quedando el original como adoleciente de insuficiencia expresiva, en tanto que la traducción da la impresión de decir más, y más flexiblemente que aquél. Sin que falten tampoco ejemplos de lo contrario.

Creo que eso debémoslo evitar todos cuidadosamente, sobre todo yendo el original acompañado de traducción castellana, porque el buen efecto causado por medio de ésta en el ánimo de quienes se sienten algo excépticos acerca de las posibilidades del euskera, puede quedar destruído por aquel hecho. Con cuánta razón añade el autor en su advertencia que solo le deben criticar quienes por haber escrito en euskera conozcan las dificultades del empeño. Y yo que creo entrar en el número debo decirle, con tada sinceridad, que encuentro admirable su esfuerzo renovador, vivificador, creador de formas y que, sí, con igual franqueza, expongo mi opinión de que no dan con el filón de oro que todos hemos presentido y que tantas veces, al querer expresar algo, hemos en vano buscado angustiosamente; abrigo en cambio, no la esperanza, sino la seguridad de que esa voluntad todo nervio de ese casi-niño y casi-euskaldunberri ha de oradar, en nuevos ensayos, la corteza áspera hasta dar con la corriente ubérrima que corre por el alma del idioma y entregarse totalmente a ella…

Glorifiquemos, pues, amigos, a este marinero del ideal nuestro. Animémosle todos, embarcados los unos en su propio bajel, y en otros que el renacimiento patrio bota diariamente al agua los demás. Esto a que bogue cada vez más adentro en este mar ignoto que le atrae con claridades lejanas y fascinadoras. Y hasta otro día, Jinkoak ala nai duelarik, que diría Larreko el castizo y el venerable.

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