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Bide barrijak / Lauaxeta / Verdes Atxirika, 1931

El acento religioso de las poesias de Lauaxeta Basaburu / El Día, 1932-02-24

Si bien tierno por la edad, hay que reconocer que este poeta es de un temple ya maduro en la actividad poética e intelectual. De intento empleo este último término para hacer ver que Lauaxeta, por muy entusiasta que sea de la poesía pura, no cae en el error de creer que el fundamento de este género poético sea cierto antiintelectualismo conducente a un afectivismo inocente. El lirismo no se identifica con el delirio. Por lo tanto, la poesía pura, por fuerte que sea su empeño de hacer resaltar la musicalidad de los versos, no debe caer en el engaño de presentar el mal como un bien, despreciando el criterio fundamental de toda actividad intelectual y desdeñando el valor ético mínimo contenido en toda actuación humana. El subjetivismo puro en poesía como en filosofía es fuente de aberraciones.

Cierto es, como lo declaran los creadores de la poesía pura Edg, Pol, Guad de Vervel y Baudelaire que el poeta tiene que hacer resaltar el poder de expresión propio de la poesía que es su enorme fuerza de evocación. Que el poeta persiga la fluidez dinámica de las ideas para percibir y expresar los matices sentimentales de estos, nada más natural. De suyo la poesía pura pretende traducir las realidades inefables del corazón humano: su centro es el misterio de nuestra existencia y de toda existencia. Su voz viene a ser no una enseñanza sino tan solo una resonancia. Sus procedimientos se fundamentan no en la lógica del razonamiento sino más bien en la lógica de ese pobre corazón humano que hizo decir a Cascal “el corazón tiene sus razones que la razón desconoce”.

Todo el privilegio de la poesía no es suficiente para que pretenda situarse al margen de las normas de la ética. No hay que exigir al arte justificaciones, pero el arte, y de una manera especial la poesía, tampoco pude pretender entronizar el engaño en sus afirmaciones. Tiene que saber vencer la tentación de hacer amar el mal. Baudelaire, a pesar de su satanismo, nunca pretendió presentar el mal como un bien; supo llamar a las cosas por su nombre y hay críticos que no le regatean el título de cristiano. La presentación del vicio viene a ser en Baudelaire una ocasión para denunciar la miseria del hombre y la serenidad del gran remedio, que solo puede encontrarse en el Corazón de Cristo. Esa sinceridad moral fue a su vez la razón de la evolución religiosa de un Verlaine, de un Copée y otros que comprendieron que el terreno estético sea acaso el más llamado a beneficiar de las gracias de la Redención.

Así también lo ha comprendido nuestro admirado Lauaxeta. Su delicada poesía “Gurutze-aldera” es una indicación del Camino de la Cruz vivificadora. En su última estrofa habla de la Cruz y dice:

¿Ezin Neugana eldu al-zara
samin arteko zidor aldetik?
Arantza orreik mintzen bazabez
¡¡zatoz maitasun bidetik!!

La idea del desengaño humano expuesta en “Ludi ameskorra” es como un complemento de esa indicación del verdadero sendero de la Cruz. El dualismo humano queda admirablemente trazado y resaltado:

Geyegi atsekabez nau asetuteko
arantzez josiriko amets ain gozuak
¡Neu, Jauna naiko, alai erabilteko!

Las poesías “Goguaren eresija” y “Jaungoikotija” trazan el sendero de la experiencia mística a la vez que comunican a la inspiración poética su máximo impulso. En efecto, segun el abate Bremond y otros críticos modernos, la actitud del poeta delante de las cosas es equivalente a la del hombre que sabe concentrar su ser profundo en la intimidad del acto de adoración. “El gran poeta, dice Segond, es el que sabe orar y adorar”. Ya mucho antes Edgar Poe en su opúsculo titulado “El Principio poético” había afirmado que la poesía abre una esfera superior; realiza una liberación inmediata y se mueve en el terreno propio de la contemplación. La poesía, debido a su enorme fuerza de evocación, despierta un sentimiento interno de nostalgia que llega hasta la profunda interioridad que es el camino y el comienzo de la plenitud. En este hecho, Edgar Poe ve no solo un indicio sino más bien una garantía sentimental de que nuestra vida no terminará con la muerte.

Todos los místicos se han sentido a su hora poetas. Sería un error el creer que para ellos la poesía fué lo que Cased llamaría una “diversión”; fué el acto más espontáneo derivado de su vida interior. Nunca será un desprecio llamarle poeta a Santa Teresa. Tampoco encierra exageración el afirmar que la emotividad de los escritos de san Agustín son una consecuencia de su exquisita sensibilidad de esteta. Por otra parte, el mejor elogio que se pueda hacer de un poeta es decir que “ha sabido igualarse asi mismo”, esto es, situar el privilegio de la expresión poética a la altura de la adoración que solo merece la Belleza Eterna. Este es el gran beneficio que admiramos y aplaudimos en Lauaxeta.

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